DEL BAÚL DE LOS RECUERDOS
Carlos Hiram Culebro Sosa
Al cumplir un año más de vida, del baúl de los recuerdos extraigo los siguientes recuerdos.
En 1966, antes de cumplir la mayoría de edad, en el auto de la casa me dirigí a Tránsito de Estado para tramitar mi licencia de manejo. Amablemente un agente solicitó que me retirara de inmediato y regresa conduciendo una persona con licencia, así lo hice con una hermana. Aún conservo esa licencia que me dieron de inmediato, eran metálicas.
En la preparatoria, ya interesado en la psicología, estudié la hipnosis y su equivalente en los animales, lo que puse en práctica con una gallina que había en casa. El resultado fue sorprendente, esa ave se quedó totalmente inmovilizada, como si fuera una estatua. El problema fue que al querer que regresara a su estado normal, continuó rígida. Esa noche fue necesario llevarla con sus congéneres. Dos días después siguió igual, de manera que decidieron que nos la comeríamos. Cuando la sirvieron, todos en casa me miraron de manera poco amable, pues se dificultaba masticarla por la dureza que persistía en ese animal. Esa vez en todo momento tuve la mirada fija en mi plato. Aclaro: cuando ese procedimiento lo apliqué en algunos pacientes no tuve contratiempo alguno.
En un viaje a la Unión Americana se organizaron charlas sobre las adicciones a estudiantes de la Universidad de Nuevo México. Un Representante (diputado), que escuchó como con el lenguaje de un niño gringo de 4-5 años platiqué en inglés sobre el movimiento zapatista, me pidió que mi exposición en la Universidad la diera en inglés. Aunque me negué varias veces, me convenció diciéndome que practicaríamos mi charla y al exponer estaría a mi lado para cualquier aclaración en que no me diera a entender y así se hizo. A los pocos minutos de mi narración, al hablar de la importancia de investigar sobre las drogas, usé el vocablo investigation, que alude a una investigación policiaca, cuando debí usar la palabra research (investigación científica). No fue necesario que mi asesor me explicara mi error cuando vi la cara de sorpresa que pusieron quienes me escuchaban. A partir de ese momento continué hablando en español, por lo que los asistentes tuvieron que ponerse los auriculares por los que se traducía mi discurso.
Al dar una plática sobre la farmacodependencia en una zona marginada de Tuxtla Gutiérrez, un vecino de ese lugar amablemente ofreció su domicilio para que desde la parte alta de su casa se desarrollara esa charla mientras los vecinos permanecían en la calle sentados en las sillas que llevó cada uno de ellos. Al término de la exposición ofreció limonada para todos, lo que me permitió dialogar con varios de los concurrentes. Lo que en voz baja me dijeron 4 ó 5 de ellos, es que el anfitrión era el principal distribuidor de marihuana en esa colonia.