A ESTRIBOR
Juan Carlos Cal y Mayor
PATRIOTAS DE OCASIÓN
Se que a más de un lector tal vez no le agrade lo que analizaré a continuación. Los mexicanos somos una rara avis con una capacidad de indignación quizás explicable porque nos adoctrinan desde la escuela en la idea de que Estados Unidos nos robó la mitad del territorio. Y déjeme decirle que corrimos con suerte porque pudo haber sido más. Nuestro gobierno de aquel entonces recibió gustosamente 15 millones de dólares a modo de indemnización por un territorio que era nuestro en los mapas de la Nueva España pero que, en los hechos, jamás habitamos salvo por los poblados establecidos principalmente por frailes franciscanos.
PATRIOTISMO SELECTIVO
No hay nada que nos una más a los mexicanos —solo que de dientes para afuera— que aquello que percibimos como una ofensa a la patria. Lo que sea que venga de fuera —sobre todo del norte—, basta que se entienda como agravio para que surjan los patriotas de ocasión. Todos nos convertimos, de la noche a la mañana, en defensores de la soberanía nacional, aunque por dentro el país se esté desmoronando por un divisionismo alentado por el gobierno, sin que muchos lo noten, o peor, sin que muchos lo quieran aceptar.
DOBLE MORAL Y DIVISIÓN INTERNA
La doble moral está instalada como forma de vida. Nos ofende el trato a los migrantes en Estados Unidos, pero permanecemos indiferentes ante la exclusión sistemática del propio gobierno mexicano hacia quienes no comulgan con su doctrina. No se puede hablar de unidad cuando, desde el poder, se alimenta a diario la polarización, la descalificación y la división.
NACIONALISMO DE CORTA DURACIÓN
El patriotismo que nos queda es barato. Es un nacionalismo de pantalla grande y camiseta tricolor, de esos que brotan cada cuatro años cuando rueda un balón. Es, en el fondo, un reflejo de nuestros vacíos identitarios y resentimientos históricos no resueltos. Mientras tanto, en Los Ángeles, las autoridades actúan con la misma severidad que aplicarían con cualquier otro grupo en su territorio. Allá no se juega con la autoridad: insultar a un policía puede costar cárcel, y si se le agrede, incluso la vida. No es una persecución racial, es una forma distinta de concebir el orden: una cultura jurídica sólida, impersonal, ajena a la victimización que tanto nos gusta esgrimir.
EFICACIA FRENTE A DISCURSOS
Nos cuesta trabajo entender que Estados Unidos no es perfecto, pero sí efectivo. En poco más de dos siglos construyeron la nación más poderosa del planeta. Nosotros, con miles de años de historia, seguimos sudesarrollados debatiendo si debemos respetar la ley o la “voluntad del pueblo” aunque transgreda la ley. Nos enseñaron que ese país nos quitó la mitad del territorio, como si ese despojo fuera ajeno a nuestra descomposición interna. La verdad incómoda es que el territorio de la Nueva España permaneció intacto por tres siglos y se desmembró apenas México se convirtió en república. La ambición desmedida, las luchas intestinas, los caudillos mesiánicos y los vendepatrias que firmaron tratados como el McLean Ocampo, fueron más eficaces que cualquier invasor extranjero.
MÍSTICAS INVERTIDAS
Preferimos endiosar a Juárez, cuya obra con los pueblos indígenas fue nula, y mirar con desprecio a Porfirio Díaz, que convirtió a México en una potencia emergente en apenas un par de décadas. Ignoramos a Maximiliano, que fue más liberal que todos los liberales mexicanos de su tiempo, y a quien condenamos no por sus ideas, sino porque su presencia desafiaba los discursos dominantes.
REMESAS Y CONTRADICCIONES
Y mientras todo esto sucede, seguimos recibiendo millones de dólares en remesas, producto del esfuerzo de aquellos que cruzaron la frontera no por amor a esa patria, sino por la simple necesidad de vivir mejor. No es admisible que quienes hoy viven allá, gracias a un sistema que funciona y paga los mejores salarios del mundo, abracen el discurso del odio contra ese mismo país que les dio esas oportunidades. La ingratitud es un mal nacional: aquí y allá.
ORDEN Y SOBERANÍA
Trump, por más antipático que resulte a algunos, no se equivoca cuando dice que muchos de los que cruzan la frontera lo hacen sin preparación, y no son precisamente los mejor educados. Lo peor no es eso, sino que además exigimos un trato preferente, como si el país ajeno debiera ajustarse a los traumas del propio. Allá, si uno llega con buena formación, capacidades y habilidades, hasta le abren la puerta para trabajar legalmente. Hay programas para trabadores migrantes, pero nadie quiere recorrer ese camino. Porque una nación, como una casa, tiene derecho a decidir a quién recibe, a quién no y bajo qué condiciones. Lo demás es invasión disfrazada de necesidad.
UNA VERDADERA AFRENTA
En vez de odiar a Estados Unidos, deberíamos preguntarnos por qué nuestros migrantes no quieren regresar. Tal vez ahí está la verdadera afrenta a nuestra dignidad nacional: no en lo que ellos nos hacen, sino en lo que nosotros hemos dejado de hacer para construir un país que les ofrezca mejores oportunidades.