Gustavo de Hoyos Walther
Hasta hace unas décadas, las grandes noticias sobre violencia, atrocidades en masa o crímenes contra la humanidad solían ocurrir en regiones como el Medio Oriente, África o algunas zonas de Asia. El mexicano normal se sentía alejado de esas imágenes estrambóticas en las que aparecía el Ayatolah iracundo o se llevaban a cabo atentados terroristas en capitales de países del orbe islámico o del África subsahariana.
Lamentablemente, ese ya no es el caso. De acuerdo con la organización Armed Conflict Location and Event Data Project (ACLED), México es ya el país más peligroso para los civiles en todo el mundo. Efectivamente, según está organización, en nuestro país ha habido más de cinco mil incidentes de violencia dirigidos directamente contra civiles en los últimos doce meses.
Sí Ucrania es el país más mortífero, Myanmar el de mayor fragmentación entre grupos armados y Palestina el de mayor dispersión geográfica, México es el país donde mayor riesgo corren los ciudadanos de a pie. Esto es alarmante y debería forzar a que nuestros gobernantes trataran esto como un caso de emergencia nacional.
Hay que repetirlo para que no quede como una anécdota: México es el país más peligroso para los civiles en todo el planeta. Se dice fácil, pero esto habla de manera convincente acerca del resonante fracaso del presente gobierno para realizar la labor más importante de un Estado: mantener la seguridad pública.
Brasil, República Democrática del Congo e Iraq, junto con nuestro país presentan, continúa el documento de ACLED, «niveles de violencia que superan con creces los asociados con las guerras tradicionales».
A diferencia de estas últimas, los conflictos hoy en día tienen que ver menos con el control de un territorio o la conquista del poder federal o central y más con la existencia de una multiplicidad de regiones conquistadas en los hechos, por grupos violentos que aterrorizan a la ciudadanía.
El filósofo Thomas Hobbes tenía razón de que la vida en el Estado de naturaleza, donde el hombre es el lobo del hombre, era una de soledad, pobreza, rudeza, brutalidad y brevedad. Y, sin embargo, esa es la situación en la que habitan muchos compatriotas y que cada vez más nos afecta a todos.
Los autores del documento de ACLED son también pesimistas sobre el hecho de que la democracia pueda crear las condiciones para trascender la situación de inseguridad crónica de varias poblaciones en el planeta. Pero el problema pareciera ser más el hecho de que cada vez hay menos gente que admire la democracia y que en cambio está dispuesta a darle una oportunidad a regímenes autoritarios con soluciones fáciles y demagógicas para los problemas.
Sin duda el planteamiento de López Obrador, resumido en la fórmula «abrazos no balazos», entra sin calzador en esta definición. Lo que es incuestionable es que en México hay una confluencia en el tiempo entre la decisión del régimen por debilitar la democracia y su incapacidad para lidiar con el crimen organizado. Es esta confluencia la que debería preocuparnos más y que debemos, con toda urgencia, atender.