JOSEAN, EL ETERNO ENEMIGO
Francisco Gurguha
Desde que José Antonio Aguilar Bodegas comenzó su carrera política a principios de los 70, siempre fue una persona prácticamente autónoma, de decisiones muy personales y de ideas francas que lo llevaron a enfrentar a otros actores de la arena local y nacional.
Su carácter fuerte siempre y llano agazapó a más de uno de sus malquerientes que, siempre buscaron doblegarlo llevando y trayendo chismes sobre su comportamiento.
Uno de los gobernadores más poderosos que ha tenido Chiapas, Patrocinio González Garrido y que, a la fecha podría no tener parangón con ningún otro mandatario estatal, tuvo diversas discusiones con él y hasta diferencias que se prolongaron por largo tiempo, aun así, Josean fue alcalde de su natal Tapachula, posteriormente, en los años venideros, fue diputado local, diputado federal, senador por Chiapas y dos veces candidato a gobernador.
Sus adversarios, que no enemigos (como dice Andrés Manuel López Obrador), lo han visto siempre como el obstáculo para alcanzar sus metas o propósitos locales y se le han echado encima una y otra vez para tratar de amedrentarlo sin sentido alguno, quizá por el grado de influencia que mantiene entre la sociedad, con algunos políticos, empresarios y mucha gente del campo que, para ellos, es la sombra que oscurece su mediocridad o falta de autonomía para poder hacer lo que no pueden sin un ápice de grilla.
Y, en ese afán de borrarlo del mapa político, le han dedicado un dispendio de libelos por demás infantiles en donde retratan, sin el menor recato, una intención de mercaderes lamebotas que de auténticos escribidores sesudos.
En esa comparsa de saltimbanquis figuran los reprimidos que, hoy, ven como siempre, la oportunidad de congraciarse con su majestad, quien podría matarles el hambre por otros seis años a cambio de mostrar lo único que saben hacer sin el menor rubor.
Lo llaman su pesadilla porque es un hombre vertical que no esconde sus intereses a tal o cual figura pública, sea del nivel que sea. Apoyó el anhelo de Zoé Robledo, pero también, fue respetuoso de su declinación y se mantuvo firme frente a lo que vino. Fuera de ello, su distracción y ocupación, volvió a ser la de su familia.
A José Antonio Aguilar Bodegas lo han vinculado con esto y con aquello, con todo tipo de actos de corrupción; le han fabricado carpetas de investigación y hasta han hecho creer que la Interpol le creó una ficha roja por tratarse de un delincuente internacional. Lo cierto es que siempre ha estado en su casa y en su rancho, con sus familiares y amigos y donde se le ha venido la gana transitar sin guaruras ni bufones.
Raciel López Salazar en los tiempos de Manuel Velasco Coello quiso meterlo a la cárcel por una serie de delitos prefabricados con intenciones de doblegarlo para no participar en las elecciones a gobernador de 2018, pero no lo consiguió porque todo fue una urdimbre de párvulo difícil de creer y de sostener con firmeza jurídica. Por más que le aplicaron sendas auditorías en su último cargo como secretario del Campo, para buscar el modo de frenar su libertad lo único que encontraron fue una pared muy sólida.
Le han inventado cuentas bancarias millonarias y otros dislates que, al leerlos o escucharlos se desmoronan por su carácter apócrifo y de configuración subrepticia.
Hasta ahora, Aguilar Bodegas, nunca ha pisado la cárcel, como tampoco se le ha encontrado -bajo ningún sustento-, toda esa lista de baratijas que venden los quintacolumnistas como la noticia que debe detener el tiempo para ponerlo a temblar porque ya le llegó su hora.
Esos apóstatas de la libertad de expresión, cuyo origen es muy marcado, son los mismos que en otras épocas figuraban como cortesanas de sexenio y, hoy, abrazados de “un nuevo proyecto”, se llenan el buche para defecar por la boca lo que en otros tiempos los mantuvo callados.
Y, otra vez, el eterno enemigo, como cada época electoral, lo reviven y lo vuelven famoso con la misma cantilena de ser artífice de sus dolores de parto porque no encuentran al padre que se haga cargo de su embarazo y eso los hace desvariar en el estertor de una novatez que, tarde o temprano, volverá a ser evidente ante la falta de inteligencia y de asesores con madurez.