A ESTRIBOR
Juan Carlos Cal y Mayor
BANDAS DE PAZ
El país atraviesa uno de los momentos más militarizados de su historia reciente. Los soldados patrullan calles y carreteras, construyen aeropuertos, operan trenes, hospitales, administran aduanas y controlan buena parte de la seguridad pública. La imagen del Ejército se ha vuelto común, hasta cotidiana. Ver a militares ya es parte del paisaje. Y, sin embargo, en un acto que podría considerarse contradictorio, el secretario de Educación en Chiapas ha decidido eliminar las bandas de guerra escolares. Cambiar la narrativa de la guerra por una narrativa de paz.
Los chiapanecos estamos acostumbrados a entonar nuestro glorioso himno nacional —que es un llamado a la guerra—, pero también ese himno chiapaneco de paz que, en lugar de glorificar el conflicto, nos invita a la unidad y a la reconciliación. ¿Qué es —o qué debería ser— un himno? ¿Una marcha militar? ¿Un canto épico? ¿Un llamado a la unidad? ¿Una proclama patriótica? La respuesta depende del modelo de nación que se quiere construir o evocar, lo cual a su vez responde al contexto histórico. Un himno suele cantarse en eventos cívicos, deportivos, escolares y conmemorativos. Pero más allá de lo ceremonial, es una declaración de lo que un pueblo cree y quiere ser.
Históricamente, las bandas de guerra surgieron en los ejércitos como una forma de comunicación al fragor del campo de batalla. Las señales de corneta o tambor indicaban: avanzar o retroceder, replegarse, cerrar filas, rendir honores. Eran vitales para el orden táctico. Por eso su música es marcial, rítmica, con compases repetitivos y solemnes.
Las bandas de guerra, junto con la entonación del himno nacional y los honores a la bandera, no son un ejercicio marcial ni un entrenamiento paramilitar. Son, ante todo, prácticas simbólicas de civismo, identidad y pertenencia. Se trata de enseñar a niños y jóvenes que la patria no es una entelequia abstracta, sino una comunidad viva que se honra, se recuerda y se defiende con valores, disciplina y memoria.
¿Qué se busca erradicar? ¿El sonido del clarín que anuncia la entrada del lábaro patrio? ¿El tambor que marca el paso firme de una generación que aprende a coordinarse, a respetar tiempos, a rendir homenaje a algo más grande que ellos mismos? Porque eso es lo que representan estas prácticas: una ritualización, no de la violencia, sino de la historia.
¿Acierto? ¿Modernización pedagógica? ¿Desmilitarización del espacio escolar? Podría creerse así, si no fuera por la ironía: se quiere borrar del ámbito cívico lo que se ha normalizado en el terreno político y de la seguridad. Es un contrasentido frente a lo que ha impulsado la llamada Cuarta Transformación. Y si se viera como estrategia, parecería una iniciativa a contracorriente, que busca fortalecer el civismo y suplantar el militarismo. Quizás, si lo hubiera hecho un gobierno de oposición, ya estarían esos mercachifles de la 4t poniendo el grito en el cielo.
No es casual que los himnos nacionales —desde La Marsellesa hasta el nuestro— invoquen la guerra. No celebran el conflicto como fin, sino como medio para lograr la libertad. El nuestro en particular reinicia con un clamor de guerra, sí, pero también con un llamado a la unidad, al valor y a la defensa de la nación: “Mexicanos, al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón…”
¿Y qué hacemos entonces con la mayoría de nuestros héroes, que fueron o recibieron rangos militares? ¿Eliminamos a Hidalgo, Morelos, Guadalupe Victoria, Guerrero, Zaragoza o al general Felipe Ángeles por haber portado uniforme? ¿Y el Grito de Independencia? ¿No fue también un llamado a la insurrección? ¿Debemos censurar el himno nacional, plagado de invocaciones a la guerra, a la que los mexicanos deben estar prestos? ¿Qué decía el llamado de Madero que dio inicio a la Revolución? “El 20 de noviembre, a las seis de la tarde, todos los ciudadanos de la República tomarán las armas para derrocar a las autoridades que actualmente gobiernan.” ¿Lo vamos a borrar también de los libros de texto?
¿No sería más coherente preguntarse por qué los militares construyen hospitales en lugar de ingenieros civiles? ¿O por qué vigilan aduanas, construyen trenes y administran aeropuertos? ¿Acaso no es esa una forma mucho más tangible de militarización que un redoble de tambor en una ceremonia escolar? Claro que eso no está en el ámbito de competencia de nuestro secretario de Educación.
Más que una crítica, de lo que se trata es de hacer una reflexión. Resulta paradójico que, mientras se glorifica la presencia de militares en la vida civil, se quiera silenciar los símbolos que recuerdan cómo y por qué surgió esta nación. La paz que hoy disfrutamos no cayó del cielo: se forjó en la lucha y en la disciplina militar. Y esas bandas de guerra no promueven la violencia, sino el recuerdo, la solemnidad y la formación del carácter. Eliminar estas expresiones cívicas no nos hace necesariamente más pacíficos… solo más desmemoriados.
“No se trata de formar soldados, sino ciudadanos con memoria; y sin memoria, no hay patria que se sostenga en pie.