¿Abrazos, complicidad o puro valemadrismo?

¿ABRAZOS, COMPLICIDAD O PURO VALEMADRISMO?

Alfonso Grajales

La pregunta no es si Andrés Manuel López Obrador combatió al crimen organizado. La pregunta es si alguna vez tuvo la intención de hacerlo.

Porque, seamos honestos, su estrategia de seguridad se resumió en un eslogan barato: “abrazos, no balazos”. Y mientras él daba discursos sobre amor y paz, los cárteles se repartían el país como si fueran dueños del negocio (y, la neta, lo eran).

¿Los dejó trabajar? Sí. ¿Los protegió? Pues tampoco hizo mucho para estorbarles. ¿Sacó ventaja? Eso ya lo dirán las investigaciones… si es que algún día llegan.

El caso es que, bajo su mandato, México se convirtió en el paraíso de la impunidad criminal. Los homicidios seguían arriba de los 30,000 al año, el narco consolidó su poder en estados chipocludos y, en algunos lugares, los sicarios parecían tener más autoridad que los alcaldes.

La joya de la corona fue el “culiacanazo” de 2019, cuando capturaron a Ovidio Guzmán, cachorro de El Chapo, y luego lo soltaron porque el Cártel de Sinaloa se puso loco. Literalmente, el gobierno se rindió en vivo y a todo color. Ahí quedó claro que el que manda en México no siempre es el presidente.

¿Y qué hizo AMLO? Nada. Bueno, sí: seguir diciendo que todo iba bien y que los narcos también son “pueblo”. No importaban las masacres, los secuestros ni el control territorial de los cárteles. La estrategia era ignorar el problema y esperar que mágicamente se resolviera.

Ahora que López Obrador ya no está en Palacio Nacional, la pregunta es: ¿qué sigue para él?

Podría dedicarse a escribir libros sobre su “transformación” (que nunca llegó) o a dar conferencias sobre cómo no hacer nada y salir bien librado. Pero también existe la posibilidad de que, en algún momento, la historia le cobre la factura.

Porque, ojo, Claudia Sheinbaum está tomando un rumbo muy distinto. Apenas llegó y puso a Omar García Harfuch a golpear a los criminales, aumentó las extradiciones y hasta se alineó con Estados Unidos para calmar a Donald Trump. En otras palabras: se está deslindando de AMLO y su política de brazos cruzados.

¿Será que López Obrador pasará de ser el líder moral de la 4T a ser el lastre incómodo del sexenio? Porque mientras Sheinbaum intenta limpiar su imagen con una estrategia de mano dura, su antecesor carga con seis años de omisión y escándalos.

Al final, la historia no perdona. Y si algo hemos aprendido en México es que los presidentes pueden huir de muchas cosas, menos de su propio legado. Nos leemos pronto.