Por Alfonso Grajales
Resulta que en la Ciudad de México, los brillantes diputados decidieron reinventar la rueda cuadrada: corridas de toros sin violencia ni muerte. Sí, leíste bien. Ahora los toros saldrán al ruedo sin preocuparse por banderillas ni estoques; será como llevar a un boxeador al ring y decirle que solo puede bailar, sin lanzar ni recibir golpes.
La lógica detrás de esta reforma es tan sólida como un flan. Pretenden mantener viva una tradición eliminando su esencia. Es como querer hacer una carnita asada sin carne, solo con ensalada. Muy saludable, pero nadie va a ir. Y mientras tanto, el pobre toro, que antes era el protagonista trágico del espectáculo, ahora será una especie de turista involuntario, paseándose por el ruedo sin saber muy bien qué hace allí.
Los diputados que promovieron esta medida aseguran que es un avance en la protección animal. Y sí, es cierto que evitar la tortura y muerte del toro es un paso adelante. Pero, seamos honestos, seguir llamando a eso “corrida de toros” es una jalada del tamaño de la Plaza México. Es como si a una película de acción le quitamos las escenas de acción y la rebautizamos como “drama contemplativo”. La verdad es que no me late mucho.
Ahora, hay dos bandos en este argüende: los que celebran la decisión porque la ven como el principio del fin de la tauromaquia y los que están que echan espuma por la trompa porque dicen que esto va a destruir toda una industria. Y ambos tienen algo de razón. El problema es que esta solución a medias no convence a nadie. Intentar contentar a todos con una reforma así es como querer tapar el sol con un dedo.
El gremio taurino dice que esto va a afectar a miles de personas que dependen de las corridas, desde los toreros y ganaderos hasta los vendedores de cervezas en la plaza. Y bueno, si la idea es proteger a los toros, entonces ya vámonos hasta las últimas consecuencias y acabemos de una vez con el espectáculo. Pero no, parece que la estrategia es más bien mantener la fiesta brava, pero sin la parte brava. ¡Como hacer una pachanga sin comida ni música!.
¿Y los toros? Ah, pues los toros ahora estarán de regreso en las ganaderías después del espectáculo. ¿Y alguien ya pensó en qué tan bien la van a pasar? Porque a ver, no es como que después de cada corrida se vayan a un spa a relajarse. La industria ganadera no es un refugio animal. Estos toros nacieron para ser parte del negocio, y si el negocio cambia, tarde o temprano van a chupar faros de otra forma.
Pero más allá del debate, esto deja ver algo más profundo: la crisis de identidad en la que andamos metidos como sociedad. Estamos tan divididos que cuando por fin logramos ponernos de acuerdo en algo, resulta que lo hacemos a medias.
Aquí lo que había que hacer era tomar una decisión con huevos: o mantenemos la tauromaquia con todas sus letras o la cancelamos de una buena vez. Pero no, optamos por este remedo de reforma que ni satisface a los taurinos ni deja contentos a los animalistas.
Porque si algo nos gusta en México, es hacer cambios sin hacer cambios. Queremos “evolucionar” la fiesta brava, pero sin matar la tradición. Queremos cuidar a los toros, pero sin acabar con el negocio. Queremos una corrida sin sangre, pero seguimos llamándola corrida.
En fin, mientras los diputados del “exdefectuoso” siguen intentando cuadrar el círculo, nosotros seguimos viendo este espectáculo digno de una tragicomedia. Porque, al parecer, en México somos expertos en hacer reformas que no reforman y en mantener vivas tradiciones que ya pelaron gallo. Nos leemos pronto.