PONGAMOS TODO EN PERSPECTIVA
Carlos Villalobos
¿QUÉ SE SIENTE SER MÁS FUERTE?
Hoy comencé a ver Hajime no Ippo, tenía tiempo que matar en el transporte público, me salen demasiados edits en Tik tok y están disponibles los primeros episodios en Youtube; la tormenta perfecta. Mientras escribo estas líneas, acabo de terminar el quinto episodio, me atrapó, solo me detuvo la cena y la charla nocturna en casa, hace mucho algún contenido no me atrapaba así.
Lo curioso es que el boxeo nunca ha sido un deporte que me atrape, lo más cercano que he estado de esta disciplina, es cuando ocasionalmente acompañaba a mi abuelita, la señora más dulce que he conocido, a ver como se molían a golpes en un ring. Entonces, ni por pasión, ni por espectáculo, ni por técnica, pero este anime deportivo (spokon para los conocedores), que gira alrededor de un cuadrilátero, me está hablando de otra cosa.
Habla, sí, de esfuerzo, de dolor, de resistencia física, pero también de algo más profundo: de la búsqueda por encontrarse.
La historia de Ippo, este adolescente callado que empieza siendo víctima de bullying, me recordó lo crudo que puede ser crecer en un mundo que exige tener las respuestas desde temprano, por momentos, hasta me vi reflejado en él. Ippo en el arranque de la serie no tiene todas las respuestas, de hecho, lo que tiene es un montón de silencios y una soledad que no se disimula. Pero ahí, entre la violencia que recibe y la que empieza a aprender a canalizar, aparece la pregunta que da sentido a todo lo que hace ¿qué se siente ser más fuerte?
Y no, no se refiere a la fuerza de los golpes. Habla de otra cosa, de la fuerza que se forja en lo íntimo, esa que no necesita presumirse. En apenas cinco capítulos, el anime deja ver cómo esa fuerza se construye en silencio, con miedo, con dudas, y a veces con lágrimas. En un contexto como el que vivimos, donde pareciera que todo tiene que ser inmediato, competitivo y eficiente, es valioso encontrar narrativas que nos recuerdan que también se puede crecer desde la vulnerabilidad y la ternura radical.
Lo que más me ha impactado es que, a pesar de tratarse de un deporte tradicionalmente vinculado con una idea ruda de masculinidad, lo que se muestra es justamente lo contrario. Los personajes se frustran, se abrazan, lloran, no hay una celebración del “macho invencible”, sino una exploración de lo que significa estar roto y aún así intentar.
Me quedo pensando en lo que cuesta, incluso hoy, hablar abiertamente de emociones, sobre todo en los hombres. Ippo apenas puede decirle a su madre lo que siente, quien hasta el momento se deja ver como el vínculo más fuerte del personaje principal. A veces, ni siquiera el mismo puede admitir pensar que siente. Pero en esa torpeza emocional hay verdad, hay humanidad.
También me ha conmovido el papel del entrenador Kamogawa y de Mamoru Takamura, porque no solo entrenan a Ippo, lo miran y ese gesto de mirar al otro con atención, de ver en alguien lo que ni esa persona alcanza a imaginar, es profundamente político y poético. Me hizo pensar en todas esas figuras que en el día a día se convierten en guías sin saberlo como profesoras, profesores, un vecino, un amigo que no suelta. Gente que cree en lo que aún no somos, pero podríamos ser y eso, al menos para mí, es tan importante como cualquier técnica o método.
Ver Hajime no Ippo ha sido, en estos días extraños, una forma de pensar en el poder de lo colectivo incluso cuando la historia parece individual. Porque Ippo no se transforma solo, lo hace gracias al entorno, al gimnasio, al amigo que se burla pero se queda, a la gente que le tiende la mano sin prometerle la gloria, lo hace porque alguien ve algo en él. Eso, me parece, también es una forma de hablar de comunidad. No desde lo espectacular, sino desde los gestos pequeños que sostienen.
Quizás no termine el anime hoy porque ya casi es medianoche, pero por ahora, cinco episodios han sido suficientes para recordarme que el crecimiento no siempre es ruidoso. Que hay batallas internas que no se transmiten en vivo, pero que valen igual y que, a veces, ser fuerte no es resistir el golpe, sino atreverse a preguntar, como Ippo, qué se siente ser más fuerte, sin tener todavía la respuesta.