Alfonso Grajales
¿Prohibir la comida chatarra en las escuelas es suficiente? Esa es la gran pregunta que nos tenemos que hacer ahora que esta medida ya es un hecho. No más papitas, refrescos ni pastelitos en las tienditas escolares, una decisión que, en teoría, ayudará a frenar la obesidad infantil en México. Pero, si somos realistas, esto es solo una parte del problema. La mala alimentación en la infancia no ocurre únicamente dentro de las escuelas, sino en casa, en las calles y en un entorno donde lo ultraprocesado es más accesible, barato y atractivo que lo natural.
Eliminar la comida chatarra de las primarias y secundarias sí tendrá un impacto. Menos acceso a productos llenos de azúcar y grasas saturadas puede significar una reducción en los índices de obesidad y mejores niveles de concentración en clase. Pero si al salir de la escuela los niños pueden comprar lo mismo en el puesto de la esquina o si en casa siguen teniendo refrescos y galletas a la mano, entonces no hemos cambiado nada. La obesidad infantil en México no se resuelve solo prohibiendo, sino cambiando la manera en que nos relacionamos con la comida desde la infancia.
Las grandes empresas de alimentos no se quedarán de brazos cruzados. Ya lo han hecho en otros países: reformulan productos para que cumplan con los límites de la ley, aunque sigan siendo ultraprocesados; cambian empaques y le ponen etiquetas engañosas que dicen “más fibra” o “menos azúcar” para que parezcan saludables; y refuerzan su marketing digital para seguir llegando a los niños a través de influencers y redes sociales. Si realmente queremos un impacto a largo plazo, necesitamos ir más allá de la prohibición y regular también la publicidad infantil, que sigue promoviendo el consumo de estos productos bajo estrategias cada vez más sofisticadas.
El siguiente paso debe ser garantizar que existan opciones saludables dentro y fuera de las escuelas. No basta con quitar lo malo si no se ofrece una alternativa viable. Las cooperativas escolares necesitan un modelo de venta sostenible basado en productos naturales y nutritivos. Los precios también juegan un papel clave: si comer bien sigue siendo más caro que comer mal, difícilmente veremos un cambio real. Además, es urgente que la educación nutricional sea parte del programa escolar. Si los niños entienden el impacto de los alimentos en su salud, podrán tomar mejores decisiones por sí mismos.
Este tipo de medidas funcionan solo si se complementan con otras estrategias. De lo contrario, terminan siendo solo un intento fallido. Chile, por ejemplo, aplicó una ley similar hace unos años, pero la reforzó con un etiquetado frontal en los productos y con regulaciones estrictas a la publicidad de comida chatarra dirigida a niños. ¿El resultado? Bajó el consumo de refrescos y productos ultraprocesados en la población infantil. Japón, en cambio, nunca ha permitido la venta de comida chatarra en las escuelas y su modelo de alimentación escolar está basado en comida natural y balanceada. No es coincidencia que tengan una de las tasas de obesidad infantil más bajas del mundo.
México está dando un paso importante con esta prohibición, pero el reto es asegurarse de que la medida funcione en la práctica. Si las tienditas escolares no venden comida chatarra, pero los vendedores ambulantes siguen ofreciendo lo mismo afuera de las escuelas, el efecto será mínimo. Si los padres siguen comprando productos ultraprocesados por comodidad o costumbre, entonces los niños solo cambiarán el lugar donde los consumen. Y si las marcas siguen encontrando la manera de enganchar a los niños con productos disfrazados de saludables, seguiremos en el mismo círculo vicioso.
Lo que está en juego aquí no es solo lo que comen los niños en el recreo, sino el futuro de la salud infantil en México. Prohibir la comida chatarra en las escuelas es un paso en la dirección correcta, pero no la solución definitiva. Necesitamos educación, acceso a opciones saludables y una regulación más estricta para que el impacto sea real. De lo contrario, esta ley terminará siendo solo un buen intento que se quedó a medias.