Nos secamos y nadie se da por enterado

NOS SECAMOS Y NADIE SE DA POR ENTERADO

Alfonso Grajales Cano

El país ya está crujiente y sediento. Pero seguimos haciendo como que no pasa nada. Abrimos la llave y si sale agua, todo bien. Nos damos la vuelta y nos hacemos pendejos. Pero lo cierto es que México ya huele a tierra quemada y a garganta reseca. Y si no le paramos, esto va a tronar. No dentro de veinte años, no en la próxima generación. Ahorita. Ya. En caliente.

Investigadores de la UNAM traen los pelos de punta: cada vez hay menos agua y más gente. En el Valle de México, por ejemplo, cada habitante tenía acceso a 191 metros cúbicos de agua al año en 2005. Hoy son 139. Y para el 2030 podríamos andar rascándole a los 136. Eso, por si no te suena, es sequía de nivel apocalipsis. Pero mientras los números se desploman, el gobierno sigue sonriendo en conferencias y la gente sigue lavando el coche a manguerazos.

No hay región que se salve: 32 distritos de riego andan en las últimas, y 26 zonas metropolitanas —sí, esas donde vive la mayoría— tienen sed. Mexicali, Tijuana, Los Cabos, Hermosillo, Monterrey… todas están igual de jodidas. ¿Y qué estamos haciendo? ¿Un plan nacional? ¿Inversión histórica en infraestructura? ¿Una campaña para cuidar el agua con creatividad y huevos? ¡Nel! Lo que estamos haciendo es mirar al cielo y decir “a ver si llueve”. En serio, ¿a ese nivel de abandono estamos?

Y por si no fuera suficiente con nuestra bronca interna, también le estamos quedando mal a los gringos con el famoso Tratado de Aguas de 1944. Porque no tenemos ni para nosotros, pero se supone que debemos enviarles lo pactado. Y claro, allá ya se nos están poniendo al tiro, con razón. Pero ¿qué esperaban? Aquí estamos tan mal administrados, que no podríamos ni repartir garrafones en una fiesta infantil.

La verdad es que nos está cargando el payaso y todavía nos hacemos los fresas. Seguimos con la idea de que el agua es un derecho eterno, ilimitado, automático. Como si la naturaleza tuviera contrato con la CONAGUA para surtir diario. Y no, gente. El agua se nos va. Se evapora. Se pierde. La tiramos como si nada. Y eso sí: cuando empiecen los racionamientos duros, ahí sí todos a hacer fila con sus tambos y a mentarle la madre al gobierno. Pero el problema empezó mucho antes, y lo ignoramos.

Lo peor es que esto no es solo cosa del norte ni de los campesinos. Nos afecta a todos. Sin agua no hay salud, no hay comida, no hay industria, no hay ni madre. Si crees que tu problema más grande es que se te va el internet, espérate a que no tengas con qué jalarle al baño. ¡Eso sí va a estar de poca madre… pero en el peor sentido!

Y mientras tanto, los de arriba no hacen más que discursos, los de en medio cruzan los brazos, y los de abajo, como siempre, son los que se friegan. Porque ya sabes: el agua sí tiene clase social. El que puede, compra pipas y tiene cisterna. El que no, se baña con una jícara o de plano no se baña.

Y luego quieren hablar de “progreso” y “desarrollo sostenible” mientras el país se resquebraja como campo de maíz en abril.

Así que sí, nos estamos secando. Pero no solo en los pozos y en los ríos. Se nos está secando el sentido común, la empatía, la responsabilidad. Estamos fritos, y ni eso nos da sed.

Y si no te importa hoy… ojalá te sobre saliva para tragar cuando llegue el verdadero problema. Nos leemos pronto. Con suerte, con agua.

ESPINACAS

Por Popeye

Nos bebimos el futuro sin pensar,

y hoy la sed empieza a cobrar.

El país cruje… y en vez de actuar,

seguimos lavando el coche, nomás por chingar.

¡Seco el elotazo…!