No razonan, ladran y a veces muerden

NO RAZONAN, LADRAN Y A VECES MUERDEN

Alfonso Grajales

Pensé que con la salida de López Obrador los chairos iban a pelar gallo. Pero no, ahí siguen, como plaga de zancudos: no hacen nada útil, pero ¡cómo joden! 

El mesías ya se fue, pero sus apóstoles siguen dando sermones. Están por doquier, en el Oxxo, en la fila del banco, en la borrachera del primo o en los grupos de exalumnos de secundaria que ya nadie quiere revivir.

Son multitud. Y ni porque les avientes Raid, desaparecen. Los identifica el tonito condescendiente, la mirada de “yo sí sé, tú no”, y esa capacidad impresionante de indignarse cuando te atreves a criticar al gobierno. 

Puedes hablar de crimen, pobreza e impunidad, pero si mencionas a Morena, ¡aguas! Te saltan como resorte. Porque sí, traen el detector de críticas en su nivel más sensible.

Y no exagero. Tú pones una opinión moderada en X o en Facebook y ¡pum!, se te amontonan como si regalaras tortas. 

No traen argumentos, pero traen ganas de gritarte “fifí”, “chayotero”, “conservador”, “vendido” y —por supuesto— recordarte a tu diez de mayo.

Debatir con un chairo es como discutir con una licuadora: hace ruido, no te escucha y si te descuidas, te deja sin dedos. No importa cuántos datos traigas, ellos siempre tienen “otros”. “Los suyos”, esos que no salen en ninguna fuente confiable, pero que “el presidente dijo” o “yo vi en Face”.

Y como fieles seguidores de la 4T, el dato les estorba. Prefieren el cuento, el mito, la épica de “el pueblo bueno contra el enemigo neoliberal”. 

Viven en un México paralelo donde todo va de poca madre, menos los que se atreven a decir que no. Ahí todos son felices con su pensión y un tren que no lleva a ningún lado.

Son los primeros en quejarse del pasado, pero los últimos en exigir al presente. Se les cae el Metro, hay desabasto de medicinas, el crimen se adueña de medio país y ellos felices porque ya no gobiernan “los de antes”. A eso le llaman “transformación”.

Y pobre de ti si no estás de acuerdo. Porque el chairo no te debate, te adoctrina y domestica. Si lo contradices, eres traidor, si no aplaudes, estás vendido, si piensas distinto, eres tonto. O sea, no es que él esté mal, es que tú estás pendejo.

Y ojo, que no todos los morenistas son chairos. No confundamos. 

Hay gente que apoya por convicción, por necesidad, por fe. El chairo es otra cosa, es un fanático con internet. Es el que defiende al gobierno, aunque lo estén asaltando. El que justifica todo. El que cree que, si algo salió mal, fue culpa de Calderón o de Salinas.

Por eso, cuando te encuentres con uno, no gastes saliva. Dale el avión, dile que sí, que el aeropuerto está bonito, que el INSABI fue buena idea, que la Guardia Nacional no militariza nada. Y aléjate lo más rápido que puedas, porque discutir con un chairo es como limpiar mierda –no se me indignen, por favor– con una servilleta: acabas más manchado que al principio.

La próxima vez que sientas que uno se te acerca con cara de “te voy a abrir los ojos”, mejor huye. Finge que tienes prisa o que te urge ir al baño, lo que sea para evitar que te arruine el día.

Porque sí, los chairos sobrevivieron a su creador y son como los memes que nadie sabe de dónde salieron, pero ahí siguen.

Y cada que abres la boca para cuestionar, se reproducen como gremlins, pero con gorra de Morena y ganas de mentarte la madre.

No digas que no te lo advertí.

Nos leemos pronto.

ESPINACAS

Por Popeye

El chairo no da razones,

pero bien que da sermones.

No piensa ni con los pies…

¡pero defiende al revés!

¡Seco el elotazo…!