A ESTRIBOR
Juan Carlos Cal y Mayor
LOS NUEVOS ANALFABETAS
La inteligencia artificial llegó para quedarse. Pero como toda herramienta poderosa, puede ser bien empleada o convertirse en una trampa disfrazada de atajo. Lo que debería representar una oportunidad para potenciar nuestras capacidades, está siendo usada por muchos como una forma de eludir el esfuerzo personal. En vez de estimular la curiosidad o ampliar el conocimiento, algunos usuarios –sobre todo los más jóvenes– la utilizan para suplantar sus propias ideas. Ni leen, ni entienden, ni se interesan por el contenido que presentan como propio. Copian y pegan. Literalmente.
SOCIEDAD DEPENDIENTE, PENSAMIENTO ATROFIADO
El riesgo es claro: sustituir la reflexión por la respuesta inmediata. Lo grave no es que se apoyen en la tecnología –eso sería deseable–, sino que dejen de pensar por sí mismos. Que se vuelvan dependientes. Que ya no escriban, no formulen preguntas, no imaginen. Que vivan con la sensación de estar avanzando cuando en realidad se están vaciando. Y si dejamos que esto se normalice, no estaremos frente a una sociedad más inteligente, sino frente a una sociedad más perezosa, más torpe, más estéril.
NO ES EL FIN DEL MUNDO, PERO SÍ DE MUCHOS MUNDOS INTERIORES
Las emociones sinceras, el ingenio, la creatividad, la capacidad de asombro… todo eso es irreemplazable. La IA puede ayudar a ordenar ideas, a plantear posibilidades, a abrir rutas. Pero no puede ni debe ser el alma de lo que hacemos. Los que la usan como muleta sin tener una pierna rota se están engañando. Están enajenando su capacidad de aprender, de equivocarse, de crecer. Y peor aún: se están entrenando para no ser necesarios.
LOS VERDADEROS PREDESTINADOS
Quien entienda esto no verá a la IA como un reemplazo, sino como una palanca. Una que le permite saltar más alto, no evitar el salto. Los verdaderos transformadores del mundo serán los que sepan integrar esta tecnología sin perder el juicio, sin renunciar a la pasión ni al pensamiento crítico. El problema no es la IA. El problema es entregarle las llaves de la conciencia.
LA TRAMPA DE LA SUPLANTACIÓN
Y no se equivoquen: se nota cuando alguien intenta pasar por propio lo que nunca pasó por su corazón ni por su mente. La IA tiene un estilo, una voz, una forma de ensamblar ideas que, por más precisa que sea, no logra simular lo humano auténtico. Quien pretenda suplantarse con ella, acabará traicionándose. Lo artificial se nota. Pero lo más triste es que, al hacerlo, perderán la oportunidad de descubrir quiénes son realmente.
EL AUTOENGAÑO Y EL PLAGIO
Más allá del plagio tradicional –ese que copia sin citar–, estamos frente a una nueva forma de suplantación intelectual: la de quienes presentan trabajos generados por inteligencia artificial sin haberlos entendido ni digerido. No se trata solo de deshonestidad académica, sino de una traición al propósito mismo del conocimiento. Usar la IA como apoyo es legítimo, pero usarla para fingir una comprensión que no se tiene es una forma de fraude ético. Porque no hay mérito en entregar un texto que uno mismo no podría defender, ni hay aprendizaje real cuando se delega el pensamiento al algoritmo.
LOS ANALFABETAS DEL SIGLO XXI
Se decía que el analfabeta del siglo XXI no sería quien no supiera leer ni escribir, sino quien no supiera aprender, desaprender y reaprender. Hoy, tal vez tengamos que agregar algo más: serán también analfabetas aquellos que deleguen su mente en una máquina. No por falta de recursos, sino por falta de voluntad. Porque en el fondo, no hay tecnología que sustituya el deseo de comprender. Y si perdemos eso, ya no habrá inteligencia posible –ni artificial ni humana– que nos rescate del abismo.
UN FUTURO IDIOTA
Al paso que vamos, no sería extraño terminar habitando la distopía que anticipó la película Idiocracia en 2007 o el ineludible George Orwell. donde la inteligencia fue marginada, el pensamiento crítico extinto y la humanidad quedó atrapada en una caricatura grotesca de sí misma. No por culpa de las máquinas, sino por la comodidad de quienes prefirieron apagar el cerebro antes que hacer el esfuerzo de usarlo. Y ese sí sería, sin duda, el peor de los futuros posibles.