Por Alfonso Grajales Cano
Hace unos días, México se topó con otra fosa del horror, otro lugar donde la violencia y la impunidad nos escupen en la cara. Esta vez fue en el Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, donde colectivos de búsqueda hallaron lo que podría ser un centro de exterminio del crimen organizado. Restos humanos, montones de ropa, zapatos sin dueño. Un cementerio clandestino más en el país del “no pasa nada”.
Las autoridades, como siempre, llegaron tarde y llegaron mal. La Fiscalía de Jalisco ya había inspeccionado el lugar en septiembre, pero qué casualidad que no encontraron ni madres. Ahora resulta que las madres buscadoras, esas mujeres que se rifan la vida mientras el gobierno juega a hacer como que investiga, descubrieron en días lo que la Fiscalía no vio en meses. O no quiso ver.
Una de ellas golpeó el suelo y exclamó: “¡Está hueco!”, dejando claro que las excavaciones fueron una simulación más. Y mientras ellas exigían respuestas, las autoridades armaron un paseíto guiado para influencers y medios afines, porque claro, el horror también necesita buen marketing.
Este caso huele a cloaca política. Y la pregunta incómoda es: ¿está la 4T y Claudia Sheinbaum en un callejón sin salida con este caso? Porque las similitudes con Ayotzinapa son muchas: desapariciones, impunidad y un gobierno más preocupado en controlar la narrativa que en buscar la verdad.
El periodista Francisco Garfias ya lo dijo: el Rancho Izaguirre podría convertirse en el Ayotzinapa de Sheinbaum. ¿Por qué? Porque cuando el discurso de la “transformación” choca con la realidad de un país donde la violencia sigue gobernando, se acaban los pretextos y solo quedan los hechos.
Y el hecho es que México sigue siendo un cementerio clandestino. El gobierno tiene la oportunidad de hacer las cosas diferente, de demostrar que no son lo mismo. Pero hasta ahora, lo único que han hecho es lo de siempre: simular, maquillar, distraer.
Y mientras tanto, las madres buscadoras siguen rifándosela solas, porque su lucha es real y no de discursos. Siguen gritando nombres que el Estado ya olvidó. Siguen cavando en la tierra que esconde los pecados de este país.
Así que no nos hagamos pato. Este caso no puede ser otro expediente perdido en el archivo de la impunidad.
México está hasta la madre de que las desapariciones sean solo otro número en las estadísticas. De que el gobierno haga caravana con sombrero ajeno y presuma avances que se deben al coraje de las familias y no a su pinche voluntad política.
Ya basta. O la 4T enfrenta este caso con seriedad y justicia, o terminará cargando con otro Ayotzinapa en su cuenta. Nos leemos pronto.