Por Alfonso Grajales Cano
Estamos criando niños con internet de alta velocidad, pero sin una sola palabra de aliento en todo el día. Chamacos con tablet, con Alexa, con TikTok… pero sin una pinche mirada de sus papás mientras comen. Estamos rodeados, pero solos. Vivimos en la misma casa, pero no convivimos. Y lo más triste es que ya nos parece normal.
El sentimiento de soledad entre los niños crece como la humedad: silencioso, pero imparable. Niños que viven acompañados, pero se sienten abandonados. Están ahí, a unos metros, pero nadie los pela porque todos andan con la mirada pegada a una pantalla. Ya no hay sobremesa, ya no hay juegos, ya no hay “cómo te fue en la escuela”. Hay silencio. Hay notificaciones. Hay abandono digitalizado.
La tecnología, esa maravilla que podía habernos unido, se convirtió en una barrera que nos desconecta. No es que los niños estén mal por tener celular. Es que están creciendo con una pinche pantalla como niñera, psicóloga y confidente, mientras los adultos les damos el avionazo con un “ahorita no”.
Pero la culpa no es del celular. La culpa es nuestra. Somos una generación de adultos ausentes que se justifica con que “trabaja mucho” y se conforma con ponerle el iPad al niño pa’ que no dé lata. Y luego lloramos porque no se expresa, no confía, no se vincula. ¡No mames! ¿Qué querías? ¿Un niño empático si nunca le preguntaste cómo se siente?
Ahí andamos grabando videítos para redes, pero ni sabemos si nuestro hijo está agüitado o solo. Y cuando lo notamos raro, en vez de abrazarlo, le ponemos Netflix. A ver si se le pasa. ¿Y sabes qué es lo más gacho? Que se le pasa. Pero no porque lo hayas ayudado, sino porque ya se resignó. Ya entendió que en casa no se habla de emociones. Ahí se baja el volumen, se apaga la luz y se duerme solo. Con suerte.
Y claro que hay consecuencias. Los especialistas ya andan enflatados y con el Jesús en la boca. Ansiedad en chavitos de primaria. Depresión en adolescentes que sienten que no importan. Niños que aprenden a relacionarse con emojis y se bloquean cuando alguien les habla de frente. Una generación entera que está creciendo con WiFi en el corazón y cero conexión emocional.
Esto no es un regaño. Es un grito desesperado. ¡Despierta, cabrón! Los niños no necesitan más apps, necesitan tiempo. Presencia. Preguntas reales. Escucha. Juego. Oídos. Abrazos. No todo se resuelve con darles “lo que no tuviste tú”. A veces basta con darles lo que siempre se merecieron: tu atención.
Si al terminar de leer este texto te dieron ganas de ver el celular… mejor ve a ver a tu hijo.
Aún estás a tiempo de que no crezca solo. Nos leemos pronto.
ESPINACAS
Por Popeye
Niño con todo, menos compañía,
creciendo en casa sin empatía.
Le diste pantalla, pero no calor…
y ahora te asusta que no sepa dar amor
¡Seco el elotazo…!