A ESTRIBOR
Juan Carlos Cal y Mayor
EXIGIR PERDÓN Y LUEGO LA NACIONALIDAD
La carta enviada por el presidente López Obrador al rey Felipe VI, exigiendo que la Corona española pidiera perdón por los supuestos agravios cometidos durante la conquista de México, fue más que un desliz diplomático: fue un acto político deliberado, ideológico y profundamente erróneo. No sólo por lo anacrónico del reclamo —han pasado más de cinco siglos—, sino por la visión sesgada de la historia que lo sustenta, inspirada, como tantas otras ocurrencias del sexenio, por su esposa Beatriz Gutiérrez Müller, entusiasta promotora de la leyenda negra.
LA LEYENDA NEGRA
Esa vieja narrativa, diseñada para debilitar la imagen del imperio español ante otras potencias, presenta a España como una maquinaria genocida. Pero resulta insostenible ante los hechos. A diferencia de otras colonizaciones, la monarquía hispánica impulsó las Leyes de Indias, que reconocían derechos a los pueblos originarios; y bajo ese marco jurídico se construyó, por ejemplo, el Hospital de Jesús —activo hasta la fecha— en 1526, apenas cinco años después de la caída de Tenochtitlán. Mientras en América del Norte se decía que no había mejor indio que el indio muerto, en la Nueva España se tejía un mestizaje que se extendería por todo el continente, dando origen a una de las civilizaciones más ricas y complejas del mundo.
ISABEL Y EL MESTIZAJE
La Reina Isabel la Católica, fiel a su convicción religiosa y a su visión de unidad cristiana, promovió el bautismo de los pueblos indígenas como paso previo a su integración en la comunidad cristiana, lo que implicaba reconocerles dignidad y alma —algo que otras potencias coloniales no harían en siglos. En ese marco, los matrimonios entre españoles e indígenas no solo eran legales, sino incluso incentivados, pues se creía que podían consolidar la fe y el orden cristiano en los nuevos territorios.
LA DIFERENCIA ESPAÑOLA
Esto dio lugar a un mestizaje único —biológico, cultural y religioso— que no ocurrió en otras colonizaciones como la inglesa, holandesa o belga, donde prevalecieron la segregación racial, la esclavitud o el exterminio. Isabel la Católica prohibió expresamente la esclavitud de los indígenas, al considerarlos súbditos de la Corona, merecedores de justicia y buen trato. En su testamento lo dejó claro: debían ser instruidos en la fe cristiana, pero “sin les hacer fuerza alguna”. Esa decisión marcó un precedente jurídico fundamental que distingue a la colonización española de otras experiencias imperiales.
EPIDEMIAS Y GUERRAS, NO GENOCIDIO
Y no, no fue un genocidio. La mayor parte de la población indígena de Tenochtitlán y otras regiones mesoamericanas murió a causa de epidemias, especialmente viruela, sarampión y tifo, enfermedades traídas por los europeos, para las que los pueblos originarios no tenían defensas. Estas epidemias fueron devastadoras: se estima que entre el 80 y el 90% de la población desapareció en menos de un siglo.
UNA GUERRA ENTRE IMPERIOS
Fue una guerra. Cruenta, sí, pero en la que los mexicas no eran precisamente inocentes. Tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos vieron en la llegada de los españoles la oportunidad de liberarse del yugo de un imperio opresor, que no solo les exigía tributos, sino también les arrebataba vidas humanas para sacrificios rituales y banquetes de carne. La antropofagia no es un mito: es parte documentada de nuestra historia prehispánica.
Cuando los españoles llegaron a Tenochtitlán, encontraron templos decorados con miles de cráneos humanos, como los del tzompantli, evidencia de los sacrificios rituales mexicas. Para la mentalidad cristiana de la época, aquello resultaba aterrador e incomprensible, lo que reforzó su impulso por erradicar esas prácticas mediante la evangelización.
ENTRE CONTRADICCIONES Y OPORTUNISMOS
Paradójicamente, mientras el presidente exigía perdones ajenos por hechos del siglo XVI, Pedro Sánchez —presidente del gobierno español y aliado ideológico— fue el primer mandatario europeo en visitarlo tras su triunfo electoral. ¿Contradicción? No para el guion cuatroteísta, donde la historia es más herramienta de propaganda para apuntalar la narrativa racista, clasista y discrimminatoria con la que lucra electoralmente.
NACIONALIDAD CON MEMORIA SELECTIVA
Pero lo más irónico es que la señora Gutiérrez Müller haya solicitado la nacionalidad española. Después del escándalo provocado por sus declaraciones, la mínima coherencia sugeriría no tocar la puerta de un país al que se ha acusado públicamente de crímenes de lesa humanidad, aunque hayan ocurrido hace más de quinientos años. Las declaraciones de López Obrador tensaron las relaciones diplomáticas con España, rompiendo el tono de respeto y cooperación que había prevalecido durante décadas.
RECONCILIARNOS CON NUESTRA HISTORIA
Este tipo de conductas revela un problema más profundo: la fractura identitaria del México contemporáneo, que el régimen alimenta como parte de su narrativa. Una parte de nuestra clase política y de la sociedad, acomplejada, reniega de sus raíces. Pero lo cierto es que le debemos mucho más a España de lo que podríamos reprocharle. La Nueva España fue, en su tiempo, más rica y avanzada que la propia península. ¿Qué sería de México sin sus iglesias, su arquitectura colonial, su gastronomía mestiza, su lengua o su sincretismo cultural?
La hispanidad no es una mancha: es un legado. Y lo que México necesita no son disculpas inútiles, sino reconciliarse con su historia. No más agravios imaginarios. Hace falta, con urgencia, sentirnos orgullos.