A ESTRIBOR
Juan Carlos Cal y Mayor Franco
EL LEGADO DE FÁBREGAS PUIG
La reciente instauración de la Cátedra “Interculturalidad, Educación y Sociedad” en la Universidad Autónoma de Chiapas, que lleva el nombre del maestro Andrés Fábregas Puig, no es solo un homenaje merecido, sino un acto de justicia histórica hacia uno de los pensadores más lúcidos que ha dado la antropología chiapaneca. Con su conferencia magistral titulada “Chiapas: La variedad cultural como riqueza social”, se dio inicio formal a esta cátedra que reconoce, en su persona, una vida entera dedicada al estudio y defensa de la diversidad cultural del estado.
Fábregas Puig no solo ha sido académico, investigador y formador de generaciones. Ha sido, como atinadamente dijo el rector Oswaldo Chacón Rojas, un embajador de la interculturalidad. Su trabajo ha permitido comprender Chiapas más allá de las estadísticas o los discursos oficiales. Ha sabido, con sensibilidad y rigor, captar esa complejísima red de culturas que conviven y se entrelazan en nuestro territorio. Que una universidad pública le rinda tributo con esta cátedra es más que simbólico: es un acto de afirmación cultural.
LA TRAMPA DEL DECOLONIALISMO
Y, sin embargo, el discurso contemporáneo que rodea estos eventos suele caer, una vez más, en esa narrativa tan políticamente correcta como históricamente limitada del “decolonialismo”. En su afán por reivindicar los saberes y tradiciones de los pueblos originarios, se incurre en una especie de exclusión inversa: la de negar el mestizaje como cimiento verdadero de nuestra identidad. Y es precisamente en el mestizaje y en los pueblos netamente indígenas donde se aprecia más la herencia cultural en tanto que la mayoría de sus festividades, ceremonias y tradiciones a las que defienden ferozmente como originarias, son precisamente de herencia colonial, eso que llamamos sincretismo.
No se puede hablar de chiapanequidad, término que el maestro menciona con intención integradora, sin asumir que lo que somos es el resultado de un largo y conflictivo, pero también fértil, proceso de encuentros y desencuentros. Volver exclusivamente al origen nativo es olvidar que ese origen ya fue transformado irreversiblemente, desde hace cinco siglos, por una cultura hispánica que trajo no sólo religión y lengua, sino instituciones, filosofía, derecho, arquitectura, agricultura y formas de convivencia que también se han vuelto nuestras.
La riqueza cultural de Chiapas no se agota en lo indígena. Como bien dijo el maestro, está también en lo afrodescendiente, nahuatl, maya y, añadiría yo, en lo español, de paso arábigo-musulman, lo alemán, lo japonés, y en todas las migraciones y cruces que han tejido este mosaico llamado Chiapas. Pretender -como lo hacen algunos- que el colonialismo fue solo opresión es una lectura parcial e intelectualmente deshonesta. Es ignorar que de esa fusión nació lo que hoy somos. Sin esa herencia, ni siquiera podríamos hablar de universidades, cátedras o conceptos como el de derechos humanos.
Por eso es importante distinguir entre el justo reconocimiento a los pueblos originarios y la romantización de un pasado que ya no existe. Lo valioso está en comprender y convivir con nuestras múltiples raíces, no en amputarnos una parte para exaltar otra. Si la cátedra que lleva el nombre de Fábregas Puig logra transmitir esta visión compleja, mestiza, integradora, su legado no solo será recordado: seguirá vivo y actuante.
Aplaudo, entonces, que el rector Oswaldo Chacón Rojas, con visión clara, impulse este tipo de eventos que dignifican el pensamiento y la cultura. Y celebro que se haya elegido al maestro Andrés Fábregas como figura emblemática, porque su obra es prueba fehaciente de que Chiapas, más que un mosaico fragmentado, es un tejido vivo de diversidad que se vuelve más fuerte cuando se acepta mestizo.