El honor a quien lo merece

A ESTRIBOR

Juan Carlos Cal y Mayor Franco

EL HONOR A QUIEN LO MERECE

En una época en la que abunda la frivolidad y escasean los verdaderos referentes, es necesario detenernos —aunque sea un instante— para rendir homenaje a quienes han consagrado su vida al servicio de los demás. No por rutina institucional ni por el protocolo del momento, sino por justicia elemental. Ese es el caso del doctor Javier Castellanos Coutiño, chiapaneco ejemplar, pionero de los trasplantes renales en México y protagonista silencioso de una de las revoluciones médicas más nobles de nuestro tiempo: devolverle vida a quien ya no tenía esperanzas.

Conocí al doctor Castellanos cuando yo apenas tenía 21 años. Era conocido de mi familia y tuve el privilegio de que fuera mi médico de cabecera mientras viví en la Ciudad de México, allá por 1985. Desde entonces, conservo esa amistad y esa relación de afecto que no ha hecho sino profundizarse con los años. Hace pocos años lo busqué para me orientara y pusiera en manos de un especialista para tratar un tema de salud. Lo busco de inmediato y me conisguió una cita, gracias a la cual recibí un tratamiento oportuno que me pudo sacar adelante. Me llamó la atención ver un enorme crucifijo en la entrada de su casa. Le pregunté cómo es que un nombre de ciencia apelaba a la fe y me dijo que siempre era necesaria más allá de la ciencia para poder sanar. Puedo decir, con la certeza que da la experiencia directa, que es un ser humano excepcional, independientemente de ser un médico brillante y digno de todos los reconocimientos.

Nacido en Tapachula y formado con honores en la Facultad de Medicina de la UNAM, el doctor Castellanos no solo cruzó fronteras físicas —como su paso por la Universidad de Minnesota— sino también los límites de la esperanza médica. Fue él quien, con apenas 32 años, realizó en febrero de 1975 su primer trasplante de riñón en México. Desde entonces, más de mil pacientes han tenido una segunda oportunidad gracias a sus manos, su ciencia y su convicción.

Su historia no es de esas que aparecen en la farándula política ni en las vitrinas de los reflectores. Pero entre quienes conocen el terreno de los quirófanos, el doctor Castellanos es una leyenda. Dirigió el Hospital 20 de Noviembre del ISSSTE y fundó el primer programa nacional de trasplantes. Fue presidente de la Sociedad Panamericana de Trasplantes y de la Sociedad Mexicana de Estudios Oncológicos, recibió la Medalla del Milenio en Roma, y ha sido distinguido por la Sociedad Internacional de Trasplantes. Y aun así, habla con la serenidad del que sabe que su mejor obra no está en los diplomas colgados, sino en los rostros de quienes volvieron a vivir.

Uno de esos rostros, el del primer joven trasplantado, vivió más de 40 años, se casó con una enfermera del hospital, tuvo hijos universitarios y llegó a ser abuelo. ¿Qué mejor definición de éxito puede darse?

El pasado 27 de mayo, en el 25 aniversario del Centro Nacional de Trasplantes (CENATRA), la UNAM fue sede de un merecido reconocimiento a su trayectoria. Pero falta algo más. Chiapas —la tierra que lo vio nacer y que tanto necesita referentes verdaderos— tiene una deuda con este médico ilustre. No se trata solo de una medalla, sino de honrarlo como uno de los grandes chiapanecos de nuestro tiempo.

Entre tantos títulos vacíos que se reparten por cuotas o conveniencia, he aquí uno que nadie debería regatear: el de héroe civil. Porque hay quienes salvan una vida… y hay quienes fundan caminos para salvar miles más.