Alfonso Grajales
Si algo nos distingue a los mexicanos, además del amor por los tacos y la destreza para sobrevivir crisis tras crisis, es nuestra forma de hablar. No decimos las cosas directo, las adornamos, les metemos sabor, las volvemos arte. Y no es por nada, pero nuestro español es una chulada.
Aquí no decimos que alguien murió, eso suena frío y aburrido. Mejor decimos que peló gallo, colgó los tenis o, si andamos más macabros, que chupó faros. Frases que, si las analizamos bien, son poesía pura. No es lo mismo decir “Juan murió” que soltar un “Juan peló gallo”. Suena hasta con ritmo, como para armarle un corrido, pero no tumbado, que conste eh.
Y no se trata solo de la muerte. Aquí la gente no se pone agresiva, se pone gallita. No hay una simple mezcla de cosas, hay de tocho morocho. Algo no es solo feo o de mala calidad, es chafa. Y si alguien se quiere pasar de listo, se le advierte: “Te voy a partir tu mandarina en gajos”. No hay manera de que esa frase no asuste.
El habla popular no solo es un reflejo de nuestra creatividad, sino de nuestra forma de ver la vida. Nos tomamos las tragedias con humor, disfrazamos las broncas con ingenio y hacemos que todo suene menos grave de lo que realmente es. Porque sí, la vida está cabrona, pero si nos va mal, al menos lo contamos bonito.
Cuando todo se pone difícil, no nos quedamos llorando, mejor decimos “A darle que es mole de olla” y seguimos adelante. Cuando nos piden un favor, no nos complicamos, soltamos un “Hazme un paro”. Y cuando alguien se pasa de rosca, en lugar de enojarnos de manera elegante, le decimos “No hay pedo”… aunque a veces sí haya.
El problema es que estas joyas del lenguaje están en peligro de extinción. Las nuevas generaciones están tan metidas en las redes sociales y en sus likes que ya ni saben lo que es un buen “¡Órale!” de asombro o un “Me vale un reverendo cacahuate” cuando algo nos importa un comino. Prefieren decir “random” en vez de “de chile, mole y manteca”. Triste, pero cierto.
Y no es que uno sea enemigo del progreso ni que quiera que hablen como abuelitos, pero perder estas frases es perder parte de lo que nos hace mexicanos. No es solo jerga, es historia, es identidad. Es la forma en que nuestros abuelos y papás nos contaban las cosas, con ese tonito que convertía lo cotidiano en algo pintoresco.
¿O a poco no es más bonito que alguien te diga “Móchate” cuando quiere que compartas algo, en lugar de un frío “compárteme”? ¿O que un amigo te diga “¡Qué chingón te quedó eso!” en lugar de un seco “Está bien”? No es lo mismo, no sabe igual.
El habla mexicana es parte de nuestra cultura, del sabor que le ponemos a la vida. No la dejemos morir. Porque si seguimos por este camino, dentro de unos años diremos que nuestra forma de hablar peló gallo. Y eso sí estaría del nabo.
Así que, la próxima vez que puedas, suelta un “Sin Yolanda, Maricarmen”, un “A darle que es mole de olla” o un buen “No hay pedo”. Y enséñale a las nuevas generaciones que hay formas más sabrosas de decir las cosas.
Porque si algo es chingón en esta vida, es el español mexicano. Y punto. Nos leemos pronto.