De la libertad al vasallaje

A ESTRIBOR

Juan Carlos Cal y Mayor

DE LA LIBERTAD AL VASALLAJE

A veces la historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa. Y a veces se confunde la revolución con el autoritarismo más ramplón, vestido con ropas nuevas pero con los mismos gestos de humillación. La semana pasada, Fernández Noroña volvió a confirmar que no es un político, sino un síntoma. No de la izquierda, sino de su degradación moral.

Un ciudadano que lo había increpado en un aeropuerto (que no es la primera vez que le sucede) fue obligado —sí, obligado— a presentarse ante él, agachar la cabeza y pedirle disculpas públicas. El video circuló como prueba de poder, pero es en realidad una prueba de servilismo inducido, de intimidación disfrazada de justicia. El que insultó a medio mundo desde la tribuna ahora exige respeto como si fuera un monarca medieval. Él, que ha construido su carrera sobre el agravio y la injuria, se convierte de pronto en víctima intocable. El ciudadano —ya ni siquiera importa su nombre— quedó reducido a un súbdito, obligado a retractarse no por convicción, sino por miedo.

Este episodio no es nuevo en la historia de los regímenes autoritarios que exigen obediencia. En abril de 1971, en plena euforia revolucionaria, el poeta cubano Heberto Padilla fue arrestado por haber escrito versos que incomodaban al régimen de Fidel Castro. Lo forzaron a leer una confesión pública, donde se declaraba culpable de “actividades contrarrevolucionarias”, pedía perdón, se desdecía de sus ideas y hasta denunciaba a sus compañeros. Una escena que parecía sacada de los tribunales de Stalin, no de un proyecto emancipador.

La similitud es escalofriante: el poder se complace no solo en castigar, sino en doblegar. No basta con vencer al disidente; hay que quebrarlo, hacerlo renunciar a sí mismo, obligarlo a adorar a su carcelero. En ambos casos, la dignidad individual es sacrificada en el altar del ego autoritario. En ambos, se vende la humillación como justicia.

Y no, no estamos hablando de Cuba en los años setenta, sino de México en 2025. El autoritarismo no necesita uniforme ni tiranía declarada. A veces usa boina, a veces corbata roja. Pero siempre habla con el tono del que exige genuflexión. El problema no es solo Noroña; es el régimen que lo arropa, lo celebra y lo necesita. El régimen que convierte el servilismo en virtud y la crítica en traición.

En el caso de Padilla, la humillación fue tan brutal que sacudió a toda la intelectualidad del mundo. Mario Vargas Llosa, Sartre, Susan Sontag y tantos otros rompieron con el castrismo al ver a un poeta convertido en vasallo. La diferencia entre una democracia y una dictadura no está en las urnas, sino en la libertad de disentir sin miedo a ser linchado, expuesto o castigado. Cuando un diputado obliga a un ciudadano a pedirle perdón, y lo hace con total impunidad, lo que está en juego no es su honor, sino el de todos nosotros. Es más lo podría haber pedido cualquiera, menos Noroña, que hizo de esa práctica un deporte. Así ha sido como escaló a la cima del poder. Hasta una hermana lo ha denunciado por violencia. Sobran ejemplos de sus insultos y provocaciones. Se las hizo a sus propios compañeros de bancada.

El problema es que si callamos ante estas pequeñas dictaduras, estamos anunciando que estamos listos para una más grande. Y no se trata de izquierda o derecha: se trata de la dignidad de poder mirar al poder a los ojos y decirle que está equivocado. Sin tener que pedir perdón por ello.

TARDÍA, PERO DECISIVA: UNA BATALLA CONTRA EL GUSANO BARRENADOR

A veces la política sanitaria funciona como los bomberos: no llega hasta que el incendio es visible desde la calle. Así puede entenderse la inversión de 21 millones de dólares que Estados Unidos destinará para modernizar la planta de producción de moscas estériles en Metapa, Chiapas. La amenaza del gusano barrenador —una plaga letal para el ganado— forzó a los norteamericanos a tomar cartas en el asunto, pero no por altruismo sanitario: lo hicieron tras imponer restricciones a las importaciones mexicanas. Aunque tardía, la medida es también oportuna, si con ella se reactiva una estrategia binacional que demostró ser efectiva hace dos décadas.

La técnica del insecto estéril no es novedad. En los años 70, México y Estados Unidos crearon una comisión conjunta para combatir esta plaga que, literalmente, devora vivo al ganado. Fue un esfuerzo ejemplar que culminó con la erradicación regional en 2003. Hoy, la reaparición del gusano barrenador revela no solo fallas de vigilancia y prevención, sino también la fragilidad de los acuerdos cuando se olvidan. La modernización de la planta en Chiapas permitirá producir hasta 100 millones de moscas estériles por semana: un esfuerzo titánico, pero indispensable si se quiere romper otra vez el ciclo de reproducción del parásito.

Detrás de esta medida hay una lección política y económica. La sanidad animal es un asunto de soberanía y también de integración regional. Un país no puede aspirar a ser una potencia exportadora sin blindar su territorio de enfermedades que arruinen su reputación. Si la plaga se propaga, el daño no será solo para los ganaderos chiapanecos, sino para toda la cadena productiva del sureste. En ese sentido, la inversión estadounidense no debe verse como dádiva, sino como parte de una corresponsabilidad. La frontera sanitaria no empieza en Texas: empieza en Chiapas. Y es hora de asumirlo.