A ESTRIBOR
Juan Carlos Cal y Mayor
¿AVERGONZARNOS DE LO QUE SOMOS?
Hay una narrativa que se repite como mantra desde el poder: México es un país roto por su historia, dividido por la opresión, el racismo y la desigualdad estructural heredada del periodo colonial y en consecuencia del neoliberalismo, sus villanos favoritos. La solución, según ellos, no pasa por la educación, el desarrollo o la reconciliación, sino por una reinvención deformada del pasado que nos lleve a aborrecer nuestra identidad. Desde ahí se articula un proyecto que no busca unir, sino polarizar, donde la culpa es la herramienta y la vergüenza, el combustible.
DISCULPAS, ESCUDOS Y OTROS SÍMBOLOS MOLESTOS
Todo empezó con aquella exigencia delirante del expresidente a la monarquía española -que no tuvo respuesta- para que pidiera disculpas por la Conquista. Una petición sin precedentes que no tenía otro objetivo más que fijar una postura victimista y romper cualquier puente con la hispanidad como raíz fundacional, aunque ahora la exprimera dama les esté pidiendo la nacionalidad. Luego -como secuela- vienen los intentos por cambiar los escudos estatales, como el de Chiapas o Tabasco, con el argumento de que “simbolizan la violencia colonial”. Y más recientemente, como sucedió con las marchas contra la gentrificación y la señora que dice odiar a los negros, se ha instalado una suerte de inquisición mediática donde cualquier señalamiento de racismo, por aislado que sea, se convierte en una prueba irrefutable de que México es un país estructuralmente opresor.
LA CAMPAÑA DEL ODIO VIRTUAL
En redes sociales se orquesta una ofensiva constante contra todo lo que huela a “blanquitud”, privilegio o aspiracionismo. Lo curioso es que esta histeria no se refleja en la vida real. La enorme mayoría de los mexicanos conviven sin obsesionarse por el color de piel, sin clasificar a sus vecinos por estratos o por linaje. Pero en el universo paralelo del oficialismo digital, cada noticia es una oportunidad para instalar la narrativa de los oprimidos vs. opresores, del pueblo bueno contra los privilegiados.
¿QUIÉNES SON LOS BENEFICIARIOS?
Este fenómeno no es exclusivo de la 4T. Es parte de una tendencia más amplia dentro de la izquierda latinoamericana —y de cierta izquierda española— de capitalizar el resentimiento como estrategia política. El villano de ocasión puede ser Hernán Cortés, Cristóbal Colón, Donald Trump o #LadyRacista. El punto no es el personaje, sino lo que simboliza: el supuesto origen de todos los males. A partir de ahí se justifica el autoritarismo, el gasto desmedido, las narrativas populistas y el desmantelamiento de instituciones. La culpa colectiva se convierte en carta blanca para refundar el país… a su imagen y semejanza.
EL PROBLEMA NO ES EL PASADO
La tragedia es que, mientras el gobierno nos quiere haciendo penitencia por lo ocurrido hace 500 años, deja de atender los problemas que hoy nos duelen: la inseguridad, el rezago educativo, la pobreza persistente. Quieren avergonzarnos de lo que somos, pero no nos dicen qué deberíamos ser. ¿Una nación sin raíces? ¿Una república de víctimas perpetuas? ¿Un experimento ideológico de ingeniería social?
LA VIDA REAL
La vida cotidiana en México —con sus afectos, sus encuentros y su mestizaje real— contradice esa visión distorsionada. En las calles, en los mercados, en los barrios, la gente no está peleando por su color de piel ni por el escudo de su estado. Lo hace por vivir mejor, por sacar adelante a su familia, por progresar.
El mestizaje está presente en cada tradición, en cada creencia, en cada celebración y en múltiples manifestaciones culturales de lo que hacemos. Somos un país mayoritariamente mestizo, sí, pero donde también conviven minorías -criollas, indigenas, migrantes- igualmente mexicanas, cuya identidad es tan válida como la de cualquiera. Para ellas, el mestizaje es principalmente cultural, pero no por eso menos profundo ni significativo. Somos una nación tejida con múltiples hilos, y deshilacharla en nombre del resentimiento no es más que una forma de rompernos a todos.
Mientras tanto, desde el púlpito oficial, se impulsa una cruzada simbólica que no busca justicia, sino obediencia emocional. Una narrativa que pretende sustituir el orgullo por vergüenza, la memoria por el olvido, y la identidad por rencor.