Tapachula ya se hartó de aplaudir al inútil

TAPACHULA YA SE HARTÓ DE APLAUDIR AL INÚTIL

Alfonso Grajales

Tapachula se cansó. No se enojó ayer, ni antier. Esto viene cocinándose desde hace rato. A fuego lento, como todo lo que no sirve, pero ahí sigue. La diferencia es que ahora la olla está a punto de estallar, y ya no hay quien le baje la flama.

¿La chispa? El gobierno de Yamil Melgar Bravo, ese presidente municipal que gobierna con la energía de un cactus en invierno. Mientras la ciudad se desmorona a plena luz del día –cuando hay luz–, él parece ocupado en lo que de verdad importa: su carrera política. Porque Tapachula, al parecer, le quedó chiquita. O incómoda.

Y claro, la gente ya no le compra ni el saludo. Por eso ahora circula una iniciativa ciudadana que, más que grito, es bofetada: revocación de mandato. Legal, legítima y respaldada por quienes ya no quieren seguir pagando impuestos para mantener a un ayuntamiento que no da señales de vida ni de vergüenza.

Están juntando firmas. Con nombre completo, clave de elector, firma autógrafa, copia del INE y toda la formalidad que amerita una sacudida bien puesta. No es rebeldía, es civismo puro. 

¿El objetivo? Que se vaya. Así, sin más. Porque no se trata de colores, se trata de resultados. Y aquí no hay ni un verde, ni un rojo, ni un azul que aguante este nivel de abandono.

Porque Tapachula no está pidiendo lujos. Pide agua, luz, seguridad, calles con alumbrado, espacios públicos donde los niños no se lastimen con vidrios rotos, y que el ambulantaje no se coma la ciudad como plaga de langostas. Pero, sobre todo, pide un alcalde que no se esconda cada que truena el cielo. Uno que sepa que gobernar no es bailar para Facebook ni grabarse inaugurando banquetas. Es resolver.

Yamil no gobierna, administra el desastre. Y encima, con sospechas –cada vez menos sospechas y más certezas– de corrupción, de enriquecimiento exprés, y de que su equipo está más interesado en cualquier cosa menos que limpiar un parque.

El 25 de mayo, a las 9 de la mañana, arrancará la marcha. Desde el parque La Estación y Bonanza. Y no, no es un paseo dominguero. Es el grito de quienes ya no quieren vivir entre baches, tinacos vacíos y promesas recicladas. El pueblo está hablando, y esta vez no con pancartas, sino con credenciales en mano.

Lo mejor –o lo peor, según desde dónde se mire– es que este movimiento no lo encabeza ningún partido. Es de la gente. Y eso le duele más al poder, porque no hay forma de callarlo con una candidatura o una beca. No hay dirigente a quien comprarle el silencio.

Tapachula exige que se vayan los que no sirven. Punto. Que dejen de ver la alcaldía como escalón para el siguiente hueso. Que se quiten la idea de que el poder es herencia o privilegio familiar.

Y aquí viene el punto incómodo: ojalá el pueblo de Tapachula sea escuchado, y que esta vez el alcalde no sea protegido desde las alturas, ni por las redes del poder, ni por su hermano senador del Partido Verde, Luis Armando Melgar Bravo. Porque si ser hermano de alguien te blinda de rendir cuentas, entonces esto ya no es un municipio, es una finca con apellido.

El pueblo ya habló. Ahora falta ver si alguien escucha. Porque Tapachula no está exigiendo milagros. Está exigiendo que gobiernen, que trabajen, que sirvan o que se vayan.

Y si no les queda claro, se los traduzco: ya no estamos para aplaudirle al inútil.

Nos leemos pronto.

ESPINACAS

Por Popeye

La ciudad pide solución,

y él responde con función.

Mucho video, poco sudor…

¡y el desastre va peor!

¡Seco el elotazo…!