Un tal Pedro Páramo

A ESTRIBOR

Juan Carlos Cal y Mayor

UN TAL PEDRO PÁRAMO

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.” Con esa frase, Juan Rulfo nos lanza sin preámbulos al corazón oscuro de la identidad mexicana. Porque Pedro Páramo no es solo una novela, es un eco profundo de nuestra historia, una alegoría nacional. Comala no es un pueblo cualquiera: es la patria. Y Pedro Páramo no es simplemente un cacique: es el padre simbólico de un país que nació huérfano, mestizo, fragmentado.

La búsqueda del padre es, en realidad, la búsqueda de origen. ¿Quién nos engendró como nación? ¿El conquistador? ¿El criollo que heredó tierras y silenció lenguas? ¿La revolución que prometió justicia y sembró caciques? Juan Preciado llega a un pueblo muerto, poblado por murmullos, donde los vivos no viven y los muertos no callan. Así es México: un país lleno de espectros, donde el pasado no se entierra, sino que se pudre al aire libre.

El mestizaje mexicano —ese que se celebra en los discursos oficiales como una síntesis gloriosa— tiene más de imposición que de encuentro, más de resentimiento que de fusión. Pedro Páramo encarna esa historia: violento, ausente, patriarcal, deja tras de sí una estela de hijos no reconocidos, de tierras vacías, de promesas rotas. Es la figura del poder sin redención. Y Juan, su hijo mestizo, no encuentra en él la raíz que busca, sino la ruina que hereda.

La Comala de Rulfo es también la tierra que el Estado abandonó, que la historia oficial borró de los mapas de la modernidad. Sus murmullos son los de los pueblos olvidados, de las mujeres sin nombre, de los campesinos eternamente usados y olvidados. Esos que no figuran en los libros de texto, pero que siguen hablando desde las grietas de la historia.

No es casual que el padre de Juan no tenga rostro, ni afecto, ni presencia real. Es “un tal”. Una sombra. Una leyenda deformada por el miedo. Así es nuestra relación con el poder, con la historia, con la identidad: sospechamos que algo está mal, pero seguimos buscando respuestas entre ruinas.

Pedro Páramo no es solo una tragedia personal, es una tragedia colectiva. Es la historia de un país que no sabe quién es, a donde va, porque nunca resolvió de dónde viene. Un país que ha querido construir su futuro sin reconciliarse con su pasado. Y los muertos, en México, no descansan. Hablan. Murmuran. Exigen memoria.

Tal vez por eso seguimos escribiendo, hablando, debatiendo sobre lo que significa ser mexicano. Tal vez por eso, como Juan Preciado, seguimos bajando a Comala: buscando un padre que no está, tratando de entender por qué la tierra nos habla, pero no nos responde.