A ESTRIBOR
Juan Carlos Cal y Mayor
EL MIEDO A LA LIBERTAD
Brasil nos ha dado una lección… de lo que no se debe hacer. Cuando Luiz Inácio Lula da Silva, disfrazado de demócrata resiliente, ordenó mediante su Corte Suprema la censura masiva de cuentas en X (antes Twitter), no solo pisoteó las libertades individuales, sino que confirmó que el nuevo rostro del autoritarismo ya no necesita botas militares ni desfiles en la plaza pública: ahora basta con una toga, un teléfono y un buen pretexto moral.
CONTRA LA “DESINFORMACIÓN”
Bajo la bandera de combatir la “desinformación” —ese término elástico que cabe para todo lo que no le gusta al poder—, el juez Alexandre de Moraes impuso una mordaza nacional que incluyó multas, amenazas y hasta la suspensión total de una red social. ¿Su crimen? No inclinar la cabeza ante la censura disfrazada de legalidad. Elon Musk, con todas sus excentricidades, tuvo al menos el valor de exhibir la hipocresía de un régimen que habla de “democracia” mientras maneja el garrote de la censura.
SI LULA PUDO…
Y ahora, como si no fuera suficiente con ver en Brasil el espectáculo de un poder judicial servil, aquí en México surgen voces —desde el oficialismo enloquecido y sus satélites intelectuales— que proponen replicar el “modelo Lula”: controlar plataformas digitales para “proteger a la sociedad”. Traducción: eliminar la crítica, suprimir el debate, monopolizar la verdad oficial.
EL PÁNICO A LA VERDAD
La tentación de silenciar las redes no proviene del miedo al caos, sino del terror que siente el poder cuando la narrativa oficial no se traga sin masticar. En un país como México, donde el gobierno ha convertido la mentira en política de Estado, ha normalizado la negación de la realidad y ha institucionalizado el insulto y toda clase de adjetivos contra el disidente desde la mañanera, el control de las redes no sería un acto de regulación: sería la consumación de la censura y el asesinato del debate público.
LAS MISMAS EXCUSAS
No nos engañemos. No los motiva el amor a la “verdad” ni el afán de proteger a los mexicanos de las “fake news”, los discursos de odio o la discriminación. Los mueve el mismo impulso de siempre: el miedo a la libertad. Y si permitimos que aquí pase lo mismo, terminaremos en un país donde la única verdad permitida será la que dicten los jueces domesticados, los burócratas iluminados y los gobernantes ofendidos. Un país donde disentir será un delito y pensar diferente, una traición.
EL MONOPOLIO DE LA VERDAD
Ya conocemos ese camino. En Cuba solo hay un periódico, el Granma; fuera de eso, nada. Una sola verdad. Y, pese a ello, aunque con acceso limitado a las redes, hay algunos cubanos que se atreven a denunciar los abusos y las condiciones de miseria en que viven, lo que los ha obligado a migrar por millones. Lo mismo en Venezuela, ahí donde Hugo Chávez inventó las mañaneras con su Aló, Presidente, un programa que se transmitía por varias horas en todos los canales de televisión. Ahora lo hace Diosdado Cabello, el lugarteniente de Maduro.
No es casualidad. Todos ellos son discípulos de Fidel Castro. El 26 de septiembre de 1960, durante su primera intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Castro habló durante 4 horas y 29 minutos (269 minutos), estableciendo el récord del discurso más largo en la historia de ese organismo. En 1998, durante una sesión del Parlamento Cubano, Fidel Castro habló aproximadamente durante 7 horas y 15 minutos.
EL DECÁLOGO DE GOEBBELS
Fue la estrategia de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda, quien impuso una “verdad única” en la Alemania nazi mediante una estrategia basada en el control absoluto de los medios de comunicación, la simplificación extrema de los mensajes, su repetición constante y la apelación directa a las emociones más intensas, como el miedo y el odio. Construyó enemigos para polarizar a la sociedad, monopolizó la narrativa histórica y presentó a Hitler como una figura casi divina. Al mismo tiempo, impuso una estricta censura y castigó cualquier disidencia, generando un clima de miedo y autocensura. Su principio tácito era claro: no importaba la verdad objetiva, sino lograr que la versión oficial, repetida mil veces, se convirtiera en la única verdad.
EL VÉRTIGO DE SER LIBRES
Erich Fromm, en su obra El miedo a la libertad, explica cómo este miedo lleva a los individuos a renunciar voluntariamente a su autonomía, buscando refugio en sistemas autoritarios, dogmas o líderes que prometen seguridad —en nuestro caso, programas sociales o posiciones de poder— a cambio de obediencia. Así, el deseo de evitar la incertidumbre y el vértigo de la libertad puede convertirse en uno de los motores más poderosos de la sumisión.
DEFENDER LA LIBERTAD O MORIR EN EL EMPEÑO
Por eso hoy, más que nunca, defender la libertad de expresión no es una cuestión de gustos personales, simpatías políticas o teorías de conspiración: es una necesidad de supervivencia frente a un poder cada vez más autoritario que amenaza con crecer en México. Quieren que pensemos en voz baja… o mejor aún, que no pensemos.