A ESTRIBOR
Juan Carlos Cal y Mayor
CÓNCLAVE
Ha muerto el papa Francisco, y con él se cierra una etapa significativa —y profundamente humana— en la historia de la Iglesia católica. Su pontificado, marcado por la compasión, la austeridad y un lenguaje pastoral sencillo, no fue siempre comprendido ni aplaudido, pero sí fue consecuente con su visión del mundo. Apostó por una Iglesia más cercana a los pobres, más sensible al dolor humano y menos anclada a formalismos teológicos. Benedicto XVI lo tenía claro: la Iglesia necesitaba nuevos bríos para retomar su fuerza moral entre el concierto de naciones.
Sin embargo, no fue un pontificado exento de contradicciones. Su voluntad de no politizar la Iglesia lo llevó, en ocasiones, a guardar un silencio incómodo frente a regímenes totalitarios como el de Venezuela o la brutal persecución religiosa contra sacerdotes católicos en Nicaragua. En lugar de alzar la voz con claridad frente a estos atropellos, optó por una diplomacia cautelosa que muchos interpretamos como tibieza. Se esperaban pronunciamientos fuertes, y en cambio escuchamos tibios gestos ambiguos.
LA SILLA VACIA
Hoy, la silla de Pedro está vacía, y el mundo —más fragmentado que nunca— aguarda una decisión que no es sólo espiritual, sino también cultural y geopolítica. La Iglesia católica aún influye de manera directa en la vida de más de mil trescientos millones de fieles, y su palabra resuena más allá de los templos: en las grandes causas morales, en los foros internacionales y en los debates civilizatorios que marcan nuestro tiempo. No hay liderazgo en el mundo, y no falta uno que otro político aldeano que no haya presumido sus fotos con el Papa, sobre todo porque lo tuvimos de visita en nuestro país.
SIN HEREDERO A LA VISTA
El cónclave que se avecina no tiene herederos claros. A diferencia de Benedicto XVI, que con su renuncia dejó entrever a quién consideraba apto para sucederlo, Francisco no dejó señales. Aunque ya se empieza a especular sobre posibles sucesores. Los perfiles son distintos. No creo que sea el tiempo de tener un Papa africano o asiático, ni tampoco uno demasiado progresista o conservador, pero habrá que esperar al humo blanco. Y ahí todo puede cambiar. El Colegio Cardenalicio, dividido entre corrientes reformistas y conservadoras, enfrentará una decisión histórica: elegir un Papa que no sólo conduzca a la Iglesia, sino que sea capaz de dar sentido a una época que ha perdido —hay que decirlo— toda orientación trascendente.
QUÉ IGLESIA NECESITA EL MUNDO
Y la gran pregunta es: ¿qué tipo de Iglesia necesita hoy el mundo? No una Iglesia amoldable, ni atrapada en la lógica del trending topic. Tampoco una Iglesia que adopte el relato de moda en nombre de la inclusión. Lo que se necesita —en mi opinión— es un pontífice que defienda con firmeza la esencia del cristianismo como columna vertebral de la civilización occidental, hoy profundamente amenazada.
EL ISLAM VS EUROPA
Europa, que fue cuna del cristianismo y de su legado humanista, vive hoy una crisis de identidad: sus fronteras son simbólicamente transgredidas por oleadas migratorias que traen consigo valores islámicos incompatibles con la libertad religiosa y los derechos civiles; sus instituciones, penetradas por ideologías progresistas que niegan la verdad, relativizan la naturaleza humana y desacralizan la vida.
Frente a esta deriva, el próximo Papa no puede ser un moderador ni un gestor. Debe ser un defensor. No de una nostalgia reaccionaria, sino de una tradición viva y fértil. Que vuelva a proclamar —con convicción y sin miedo— que el cristianismo no es un museo, un tour por el Vaticano, sino una luz. Que recuerde que sin la cruz no hay Occidente. Que tenga el coraje de decir que no todo vale, que no toda inclusión edifica, que no toda diferencia enriquece si diluye su esencia fundacional.
LA FAMILIA
Y entre esos fundamentos está principalmente la familia. No como una fórmula pasada de moda, sino como el núcleo insustituible de transmisión de cultura, valores, identidad y fe. En tiempos donde se pretende redefinir todo —el sexo, el lenguaje, la verdad—, la defensa de la familia y los valores tradicionales se vuelve una urgencia moral. No hay cultura que sobreviva sin raíces, y las raíces de Occidente están tejidas con fe, razón, familia y libertad.
La película Cónclave, estrenada apenas unas semanas antes de esta nueva sede vacante, retrata desde la ficción lo que está en juego en la realidad: el alma misma de la Iglesia. Y algo más: el futuro de la civilización que nació de ella.
Lo que pase ahora en Roma no es sólo crucial para los católicos. Es crucial para el futuro de la cultura occidental, que es también —aunque muchos lo olviden— el legado más duradero y profundo de la propia Iglesia.