El arte milenario de no hacer ni madres

EL ARTE MILENARIO DE NO HACER NI MADRES

Alfonso Grajales Cano

No hay nada más mexicano que decir “me da hueva”. Así, sin justificación y sin culpa. Es como si con esas tres palabras uno pudiera cerrar una conversación, evitar una junta, cancelar la dieta o, de plano, declararse en paro contra el mundo. Y nadie te juzga… porque todos, absolutamente todos, hemos estado ahí.

La hueva no discrimina. Le da igual si eres político, albañil o estudiante. La hueva llega sin avisar, te abraza y te susurra al oído: “¿para qué chingados te mueves?”. Y uno cae. Porque la hueva no empuja, seduce. No obliga, conquista.

Pero ojo: no la confundas con la flojera extranjera. La hueva mexicana tiene estilo, tiene actitud. No es solo quedarse echado, es quedarse echado con causa. Es decir “no quiero” con el pecho salido y el control remoto en la mano. Es arte, es resistencia contra tanta chinga y tanta urgencia.

Mira, no es lo mismo “me da pereza” que “me da hueva”. La pereza es tibia, la hueva es contundente. La pereza se esconde, la hueva se exhibe. Hay quienes le echan la culpa a la comida pesada, al calor, al insomnio. Pero seamos sinceros: a veces, simplemente nos vale un cacahuate. Porque sí, porque podemos, porque “mañana lo hago” es más sabroso que cualquier promesa de productividad.

Y no falta quien se ponga al brinco: “¡la hueva es el cáncer de la sociedad!”. Uy sí, bájale dos rayitas, coach motivacional. Que no se nos olvide que de la hueva también han salido cosas geniales: inventos para no pararse, ideas desde la cama, memes históricos y hasta este texto que estás leyendo. Porque la hueva, bien administrada, puede ser gasolina para la creatividad. Nomás no se te ocurra decirlo en voz alta en la chamba.

Pero tampoco hay que pasarse de lanza. La hueva también tiene sus trampas. Si te abraza diario, ya no es descanso: es abandono. Si te impide mover un dedo, aunque se esté quemando la casa, eso ya es negligencia. Porque sí, echar la hueva es sabroso, pero si no la soltamos a tiempo, acabamos sin ganas y sin rumbo.

Así que yo digo: honremos la hueva, pero no nos casemos con ella. Que sea como esa amiga que llega los domingos, no como la que se muda a tu sala y no se quiere ir. Disfrútala, exprímela y sácale jugo, pero también ten el valor de decirle: “¡ya estuvo!” y ponte en acción.

Total, la hueva va a regresar. Siempre lo hace. Pero que no te agarre en curva.

Disfruta tus vacaciones. Nos leemos el domingo, si la hueva lo permite.

ESPINACAS
Por Popeye

No es flojera, es pausa con convicción,

la hueva se disfruta sin justificación.

Y si el mundo se mueve… pues qué chido,

yo aquí me quedo, viendo el partido.

¡Seco el elotazo…!