ESTAMOS PERDIENDO A LOS CHAVOS Y NI EN CUENTA
Alfonso Grajales Cano
No hace falta ser psicólogo ni experto en educación para notar que algo se está rompiendo entre nuestros adolescentes. Y lo más triste es que se rompe en silencio, mientras todos —padres, maestros y adultos— andamos ocupados en mil cosas, confiando en que “todo está bien” porque el chavo no da lata. Pero a veces el silencio también grita.
La serie Adolescencia, de Netflix, puso sobre la mesa un tema incómodo, pero necesario: la influencia que tienen las comunidades misóginas en internet sobre los adolescentes.
Y no, no es exageración ni paranoia. En redes hay un universo completo —la llamada “manosfera”— donde muchos chavos están entrando sin saber realmente a qué se están exponiendo.
Son foros, videos y cuentas que, envueltos en lenguaje motivacional y frases “alfa”, les enseñan que ser hombre es dominar, que llorar es de débiles y que las mujeres están para servir, no para decidir. ¿Te suena? Es el mismo machismo de siempre, pero con filtros, música de fondo y algoritmos que lo empujan directo al celular de tus hijos.
Y no, no se trata de satanizar las redes ni de pegar el grito en el cielo. Pero sí de prender focos rojos y hacer algo al respecto. Porque no es que los chavos sean malos, es que están solos frente a ideas peligrosas sin nadie que les explique, que los escuche, que los rete a pensar.
¿Dónde estamos los adultos? Muchos también atrapados en el celular, dejando que la tecnología les ahorre conversaciones incómodas. Otros no entienden de qué se trata esto y prefieren no meterse. Pero si no hablamos con ellos, si no los escuchamos, si no les damos herramientas para cuestionar, alguien más lo va a hacer. Y créeme, ese alguien no va a tener buenas intenciones.
Este no es un asunto de “educación para mujeres” ni de “protegerlas del machismo”. Esto también es un tema de salud emocional para los hombres, de evitar que crezcan creyendo que tienen que ser fríos, duros, desconectados de sus emociones para ser valiosos. Porque un chavo que crece pensando que amar es debilidad, que el poder está en aplastar al otro, va directo al vacío.
¿Queremos evitar eso? Entonces hay que dejar de hacernos pendejos. Hay que estar más cerca, hablar sin miedo, escuchar sin juzgar. Y cuando algo suene raro, no reírnos ni restarle importancia. Porque a veces lo que empieza como un chiste termina siendo una forma de pensar. Y lo que se normaliza en la adolescencia puede marcar una vida entera.
Si después de esto volteas a ver a tu hijo, a tu sobrino, a tu alumno, y decides sentarte a hablar… ya ganamos un poquito más que ayer. Nos leemos pronto.
ESPINACAS
Por Popeye
El niño no odia por casualidad,
lo entrenan despacito en la oscuridad.
Y tú, pensando que es solo rebeldía…
sin ver que el odio se volvió compañía.
¡Seco el elotazo…!