El Desastre

A ESTRIBOR

Juan Carlos Cal y Mayor

EL DESASTRE

Un 19 de septiembre de 1985 yo regresaba casi al alba de una jornada larga preparando una tarea que nos había encomendado uno de nuestros maestros de la facultad de derecho. Llegué por instrumentos a dormir al departamento de mi abuela, donde yo vivía, en un séptimo piso en la Colonia del Valle en la Ciudad de México.

Comenzaba a dormitar justo antes de la 7 de la mañana cuando sentí un estrepitoso movimiento que me levantó como rayo. Quise correr y vi a mi abuela debajo del marco de la puerta de su recamara. El terremoto seguía y pude observar como la pared entre la sala y el comedor se cuarteaba en forma diagonal. Pasa uno de la sorpresa al miedo, incluso a esperar una fatalidad ante la imposibilidad de bajar 7 pisos por las escaleras.

EL SISMO

El sismo de 1985 inició a las 07:17 horas y alcanzó una magnitud de 8.1. Se estima que tuvo una duración de cuatro minutos que parecieron eternos. No había señal de teléfono o celulares que aún no existían, tampoco señal de televisión. La torre de Televisa se había derrumbado y apenas alcanzaron a salir las personas incluyendo a los comentaristas de canal 2, Lourdes Guerrero y Guillermo Ochoa que transmitieron en vivo el suceso hasta que se perdió la señal.

INCERTIDUMBRE

Nada sabíamos en realidad respecto a la dimensión de lo que acababa de ocurrir. No era como ahora con las redes sociales, donde todo se sabe al instante. Me fui a esas horas a curiosear a una plaza comercial cercana y me extrañó ver algo que ahora conocemos como “compras de pánico”.  Mas tardé se restableció la señal de televisión y comenzamos a ver las imágenes de un sinfín de edificios derrumbados algunos de ellos icónicos. El edificio Nuevo León de Tlatelolco, el Centro Médico, el Hospital Juárez o el conocido hotel Regis. Por la tarde me fui a mi clase a la Universidad (que locura) porque con tres faltas perdías del semestre.

VOLUNTARIOS

Ahí con mis compañeros comentamos lo que nos tocó vivir. El maestro no impartió clases, nos dijo que se necesitaban voluntarios para acudir en auxilio y yo, muy orondo, di un paso al frente. Solo lo hicimos 5 de unos 35 alumnos y pusimos manos a la obra. Había que acudir al centro médico a evacuar a los sobrevivientes. Varios pisos y las instalaciones derruidas, yo pensaba, a punto de colapsar.  Evacuamos a los pacientes en cosa de dos horas. Éramos cientos de ciudadanos y unas pocas autoridades. Yo, un chamaco de 19, sin saber dónde estaban mis compañeros y sin la menor idea de cómo regresar a casa temeroso de que volviera a temblar.

A esa edad uno no mide el peligro. Las televisoras servían como medio de comunicación al interior del país donde todo el día se anunciaba “la familia tal de tal estado se encuentra bien” y así. Yo tarde casi dos semanas en hablar con mis padres, aunque creo que ya tenían noticias de que estábamos bien.   

AYUDA A LA POBLACIÓN

En los días subsecuentes me dediqué a llenar garrafones, aplicando purificador, porque escuchamos por la radio que faltaba agua para consumo humano en muchas partes de la ciudad. Pusimos una cartulina en el frente de mi auto Caribe modelo 80 que decía “AGUA” y nos dirigimos al Eje Central “Lázaro Cárdenas” para llegar al centro. Había derrumbes por todas partes e infinidad de polvo. Personas empanizadas que ayudaban en las labores de rescate de quienes se encontraban atrapados entre escombros. No existían chairos ni fifís. La gente sostenía letreros en cartulinas pidiendo “AGUA”. Ahí parábamos y regresábamos a la carga hasta que nos llegaba la tarde.

NUNCA SE SUPO

Uno de esos días pasé por lo que era entonces un estadio de Beisbol a un costado del Viaducto. Despedía en su entorno un olor fétido y después supe que se trababa de muertos que fueron apilando sobre la cancha para identificarlos o que los pudieran identificar sus familiares para darles cristiana sepultura. Fue una tragedia. Nunca se supo con exactitud cuántos perecieron. Por eso regresé a Chiapas y preferí concluir mi carrera en Guadalajara.

LA LECCIÓN

 El gran aprendizaje fue vivir el instinto solidario de miles de mexicanos distintos a eso que tanto se habla ahora y nos divide. Adversarios, conservadores, racismo, clasismo, preferencias sexuales o religiones, nada de eso importaba ni sembraba alguna inquina entre quienes salimos a las calles para salvar y apoyar a las familias devastadas por el terremoto. Fue tanta la participación que las autoridades civiles y militares fueron rebasadas. Estaban ahí revueltos entre los demás.

ALGO SUCEDIÓ

Algo sucedió ya en el mundial de futbol de “México 86”, porque la rechifla al entonces presidente Miguel de la Madrid, durante la inauguración fue brutal. Fue 1988 cuando comenzó la caída del todopoderoso PRI. Salinas obtuvo un triunfo contra Cuauhtémoc Cárdenas duramente cuestionado que unificó a toda la oposición. El Gran Maquío Clouthier, Rosario Ibarra de Piedra, todos del brazo protestando por la famosa caída del sistema de Bartlett que dejó un tufo a fraude.

De ahí provino el nacimiento del PRD y los primeros triunfos de la oposición en las gubernaturas. Ernesto Ruffo en Baja California y Medina Plasencia como sustituto en Guanajuato compensando la burda elección de Ramón Aguirre Velasco contra Vicente Fox. Después el cierre caótico del sexenio con el magnicidio de Luis Donaldo Colosio. Pocos años después dio inicio a la transición con el arribo de Fox a la presidencia y Cárdenas como jefe de Gobierno de la Ciudad de México.

SIN PLAN DN-III

Ahora que observo la incalculable devastación en el puerto de Acapulco, recuerdo aquella experiencia. En el 85 no hubo rapiña como ahora. El presidente por alguna inexplicable razón quedó atascado en un vehículo militar y aunque fue solo por un momento habría resultado más útil viajar en helicópteros con parte de su gabinete para encabezar e instruir como jefe de estado las labores de auxilio, rescate. El PLAN DN-III brilló por su ausencia.

ACOPIO

El presidente anunció que solo el gobierno podrá distribuir el acopio de víveres y en vez de mandar a marinos, militares y guardia nacional, envió a 400 Servidores de la Nación a levantar censos, sin ninguna capacitación para este tipo de sucesos. La gobernadora del estado brilló por su ausencia en las horas difíciles. Ahora se sabe que los militares están cometiendo abusos confiscando la ayuda a quienes voluntariamente lo están intentando.

SIN FONDEN

Horas después y al día siguiente del huracán, las escenas eran dantescas. Eso sí, el presidente anunció en la mañanera que según las encuestas su popularidad sigue firme. Él es la luz del mundo y está más preocupado por la reelección de su transformación. No tiene ahora de dónde disponer de recursos inmediatos porque se le ocurrió desaparecer el Fondo Nacional de Desastres que se creó precisamente para eso. “Antes se lo robaban” ¿y ahora no? Vivimos el reinado de la improvisación y de las ocurrencias. De la ineptitud y la frivolidad con que pretenden minimizar el desastre para que nadie lucre políticamente, solo ellos. Es la enfermiza obsesión por la permanencia de ese mazacote llamado Cuarta Transformación a la que todavía hay quienes aplauden…